Ahora que nuestros jóvenes se mueven, se divierten y se relacionan junto y para su gran amigo el móvil, bueno es recordar esas otras juventudes donde los amigos eran nuestra mejor referente, donde las calles y los parques servían de excusa para relacionarse y salir, donde no hacíamos botellón a plena luz del día, aunque bebíamos a escondidas también con licores y marcas conocidas y refutadas que nos costaba conseguir.
Aquellas otras juventudes que ahorraban entre todos los de la banda para comprarnos ese paquete de Ideales, Celtas cortos, Ducados o cigarrillos mentolados para ir a fumar allá donde nadie nos viera en el ritual del inicio del vicio o pudiera chivarse a nuestros padres o bien empezar a fumar esas ramas de petiquera que sabía a rayos.
Aquellas otras juventudes de las bici BH u Orbea en las que íbamos a piñón fijo y pedaleando todo lo que se podía
Aquellas otras juventudes que vagábamos por la naturaleza conociendo plantas y animales tipo tapaculos y lagartijas o creando casetas a los Tom Sawyer, donde nos escondíamos esos ejemplares del Interviú o si alguien podía conseguir del Playboy fuera de la vista de nuestros progenitores y bajo la amenaza eclesiástica y de un par de bofetones y confiscación por parte nuestros padres. Aquellas otras juventudes de las bici BH u Orbea en las que íbamos a piñón fijo y pedaleando todo lo que se podía, o de ese intento de entrar en la sesión de cine para adultos y poder ver el destape más actual y esperado. Aquellas otras juventudes donde llamábamos a nuestros amigos para quedar con ese teléfono de agujeros de ida y vuelta del cero al nueve y que gustaba de oír su sonido de regreso tan característico. Aquellas otras juventudes que íbamos al río a bañarnos y aprendíamos a nadar por uno mismo contracorriente y no con piscina de por medio y cursillos y monitores de pago. Aquellas otra juventudes de partidos de fútbol en la calle contra los del otro barrio, de la música de cinta de cassette y el radio cassette a cuestas que debían enrollar la cinta con ese tapón de bolígrafo al uso y del pirateo de copias que hacíamos grabando cintas vírgenes para nuestros compas.
Aquellas otras juventudes que nos montábamos en un Mini seis o siete para ir de fiestas
Aquellas otras juventudes que nos montábamos en un Mini seis o siete para ir de fiestas, que lo tuneábamos a nuestro gusto a mano, que aprendíamos conducir con el amigo que trabajaba o con ese coche Renault 5, Seat, 4 latas o Renault 12 de nuestro padre colocado a la derecha y enseñándonos a girar el volante y poner las marchas sin rascar. Aquellas otras juventudes que nos creábamos nuestros propios juguetes para divertirnos con tablas y cuatro cojinetes para bajar por cuestas imponentes, que nos comprábamos la tienda de acampar entre todos para acampar en la montañeta al otro lado del río, o jugábamos a crear grupos de música con nuestras guitarras y baterías realizadas a base de tablas, puntas, hilo de pescar y latas, o esos juegos de calle como la taba y la correa, los cabes, el guá, la lata, el escondite hasta altas horas de la noche donde las relaciones sociales eran directas, había lenguaje verbal, visual y hasta escrito. Parecido a lo de ahora, todos y todo el día mirando una pantallita y quedando en un banco para seguir mirando la pantallita.
Aquellas otras juventudes donde nos divertíamos con imaginación, con ilusión, sin móviles de por medio, de tú a tú, donde dormíamos por la noche y nos divertíamos por el día, donde hasta íbamos a repartir luz y guía para sacarte unas monedas de propina para poder luego ir al cine de las tres y comprarte chuches y sobrarte hasta dinero; donde el dinero te lo daban tus padres en mano y no con la tarjetita del cajero a trote y moche; donde ver la tele con los padres por la noche era casi obligado ante la elección de uno de esos dos canales de la uno y la dos en blanco y negro y con dos rombos si la cosa se ponía seria para tener que dialogar y convencer.
Aquellas otras juventudes, donde jugábamos al Spectrum o Commodore
Aquellas otras juventudes, donde jugábamos al Spectrum o Commodore, con juegos de Invaders, King-kong, la rana, o el Comecocos y las horas que nos pegábamos en las salas de maquinetas intentando que la bola no se nos pasara y batir el record de la máquina, o jugando al futbolín de para en par o a esa mesa de ping-pong que siempre estaba ocupada. Aquellas otras juventudes de tardes de lectura con Enid Blyton y las aventuras de los cinco o con ese última novela de vaqueros de Lafuente Estefania o de esas Hazañas Bélicas de antaño. Aquellas otras juventudes.
Por Juan José Mairal Herreros
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