María Teresa Arranz Durán (Mayte), que durante los últimos 15 años ha desarrollado su labor en el Centro de Adiestramientos Específicos de Montaña de la Guardia Civil (CAEM) en Jaca, pasa a la reserva tras 31 años dedicados al Cuerpo. Arranz ingresó en la Benemérita en 1989 como parte de la 95 promoción, que fue la segunda en la que se admitieron mujeres.
El 1 de septiembre de 1988 se incorporaron a la Academia de Baeza, tras 144 años de historia de la institución, las primeras 197 alumnas que iban a pasar a formar parte de la Guardia Civil. Al año siguiente, en la 95 promoción, se incorporaban al Cuerpo Mayte Arranz y otras 183 mujeres.

Una de las primeras mujeres en formar parte de la Guardia Civil
Arranz es una de las pioneras, una de aquellas primeras mujeres que entraron a formar parte de la Guardia Civil en un momento de cambio y revolución social donde todavía era difícil encontrar presencia femenina en algunas instituciones. Esta madrileña se presentó a las pruebas animada por una amiga que era hija del Cuerpo -y que, curiosamente, después abandonó la idea-. En aquel momento, sin haber cumplido los 25 años, Arranz buscaba «un puesto de trabajo fijo». Aprobó a la primera y, tras nueve meses en la academia, le destinaron a Angüés.
«Los primeros años no podíamos ir las mujeres solas a un destino; teníamos que ir de dos en dos», recuerda. La razón se debía a que los cuarteles todavía no estaban acondicionados para mujeres. Por eso, cuando la Administración dotaba uno de ellos para facilitar la convivencia, debía rentabilizar su uso.
Los primeros años de la llegada de la mujer a la Guardia Civil
En aquel momento, todavía, eran muy pocas las mujeres que habían logrado acceder al Cuerpo. Había pabellones de solteros y de solteras. «En el de hombres no podían entrar mujeres; y, al contrario; los hombres tampoco podían acceder al de mujeres… Pero ni aunque fuera tu padre», explica la guardia civil. Precisamente, una de las circunstancias más chocantes para Arranz en aquellos años era el hecho de tener que pedir permiso hasta para salir de su demarcación. Una época en la que no podía moverse sin autorización ni siquiera en el día libre que tenía para ir de Angüés a Barbastro, a la autoescuela donde estaba recibiendo clases para sacar el permiso de conducir.

Allí, ejerciendo como eventual, tuvo que enfrentarse a su primer muerto, un joven francés de poco más de 20 años que se ahogó mientras practicaba barranquismo en el río Vero. Tuvo que sujetar el cadáver por la cabeza para llevarlo del helicóptero hasta el depósito. Sus compañeros aún recuerdan su entereza en aquel trance tan difícil para alguien que acababa de salir de la academia (algo que, para ella, es un elogio). «En aquel momento, yo solo pensaba en lo que podía suponer para los padres recibir la noticia, y en mis hermanos pequeños; algo que tuve que vivir, por desgracia, años después», explica Arranz, consciente de que su actitud, entonces, no respondió, ni más ni menos, a la obligación de cumplir con su deber.
Arranz: «Todo depende del carácter de cada una y de la actitud ante lo que suceda«
Aunque reconoce que los inicios no fueron fáciles, sobre todo, por la estricta disciplina que existía entonces, enseguida se dio cuenta de que había encontrado su lugar. Y asegura que nunca se ha arrepentido de pertenecer a la Benemérita. Hoy, las mujeres que salieron de aquellas primeras promociones de la Guardia Civil continúan siendo un referente y un símbolo de la lucha por la igualdad. Mucho más, si cabe, por la época en la que les tocó vivir y enfrentar unos conceptos sociales determinados muy arraigados.
Sin embargo, Mayte Arranz lo tiene claro: «Todo depende del carácter que tenga cada una, y cómo afrontes lo que pasa». Quizá -bromea-, en su forma de encajar los acontecimientos, tiene mucho que ver el hecho de que es «la segunda de cinco hermanos, todos chicos». «A veces he podido recibir algún comentario que, a lo mejor, alguna otra mujer lo hubiera podido considerar como acoso. Yo me daba la vuelta y seguía a lo mío; nunca le he dado mayor importancia. Siempre me he considerado una más», apunta. «Lo que daban a los demás era lo que te daban a ti; no había chalecos para mujeres, pero es que tampoco había chalecos pequeños o grandes… Era lo que teníamos, para todos igual», explica.
Y es más, aunque pueda parecer contradictorio, durante los primeros años en el Cuerpo, las mujeres podían encontrar cierta rivalidad en sus propios compañeros de promoción, en la academia, frente a los que ya estaban incorporados a la Benemérita desde muchos años antes, explica la guardia civil.

De Zarautz a Jaca
Antes de llegar a la oficina del CAEM en Jaca, Mayte pasó por Huesca. Después, le enviaron al norte. Habían pasado apenas dos años de su paso de la academia y tuvo que incorporarse a Zarautz. Fue un periodo duro, donde su principal misión era la autoprotección y la autovigilancia. Recuerda que los ciudadanos se cruzaban de acera cuando llegaban a la altura del cuartel -que fue objeto de dos atentados-. «Son situaciones que te pueden afectar psicológicamente; pero creo que, cuando te metes en cuerpos como la Guardia Civil, procesas los acontecimientos de forma diferente», señala.
Desde el País Vasco volvió a Huesca e intentó incorporarse a Tráfico. Una inoportuna fractura de tobillo y la cancelación, por parte de la Administración de los cursos, le llevaron a optar por el ámbito rural. «La base de la Guardia Civil», como ella dice. Tras el nacimiento de su hija, y para facilitar la conciliación, pidió el destino de la oficina del CAEM en Jaca. Al principio, fue la única mujer. Hoy son dos compañeras más, adscritas a la Oficina de la Jefatura; y otra, que se incorporó a la escuela, junto a Arranz. Apenas el 5% de la plantilla que desarrolla su actividad en Jaca.

Arranz: «Empiezas a querer a la Guardia Civil y te sientes orgullosa porque eres útil a la sociedad«
Enseguida le comenzó a gustar el trabajo que desarrollaba y a comprender el verdadero espíritu de la Guardia Civil: «Empiezas a quererla, y te sientes orgullosa de pertenecer al Cuerpo. Te sientes útil, porque sabes que ayudas a la sociedad». Sobre todo, en los pueblos, donde sigue habiendo un contacto estrecho con la población, aunque la proximidad de hace unos años «se está perdiendo un poco», dice la guardia civil. Unos pueblos, sobre todo los más pequeños y hace 30 años, cuando Arranz se incorporó a la Benemérita, donde «nos veían a las mujeres como una atracción: era la novedad».
Sí que es cierto que, en aquel momento, las mujeres tenían más facilidades para acceder a unidades especializadas, como la Policía Judicial, Información o Antidroga. Eran las primeras -y las únicas- y se necesitaba su labor para cuestiones como, por ejemplo, cachear a mujeres. Eran los pros y los contras de ser mujer en un contexto que, hasta entonces, no se había dado en una sociedad que en la práctica estaba todavía muy lejos de alcanzar la igualdad real.
«Teníamos que demostrar todos los días que estás ahí porque vales para estar ahí -recuerda Arranz-, constantemente». Una profesionalidad que en el caso de los hombres a nadie se le hubiera ocurrido poner en duda. Hoy, el panorama ha cambiado. Pero, en el fondo, todavía da la sensación de que las mujeres no pueden bajar la guardia. Para Arranz, la fórmula ha sido fácil: «Yo me he considerado siempre una más; he intentado hacer lo que todos, a mi nivel, lógicamente; respetando a los mandos y a los compañeros». El balance, tras más de tres décadas al servicio de la Guardia Civil, es más que positivo.
Mayte Arranz y algunos de los acontecimientos que más han marcado la historia de los últimos años en La Jacetania y el Alto Gállego
Durante estos 31 años en el Cuerpo, Mayte Arranz ha sido testigo y parte de acontecimientos que han marcado la historia del norte de Huesca. No olvida la tragedia del camping Las Nieves de Biescas. Acudió embarazada sin saberlo. Aquel 7 de agosto de 1996 era su día libre, cuando supo que algo estaba sucediendo y se puso en contacto con su mando para lo que se le necesitara. «En las primeras horas, nuestra misión fue buscar gente con vida y marcar los cadáveres; era muy duro, pero ya no podíamos hacer nada por ellos», recuerda. Después, la labor consistió en vigilar la zona, porque durante muchos días faltaban personas por localizar, en un momento en el que todavía existían las PRC (Patrullas Rurales de Compañía).
También estuvo en el incendio de San Juan de la Peña, que hizo temer, incluso, por el Monasterio, en agosto de 1994: «El incendio se quedó a la entrada de Botaya; ahí estuve apagando el fuego, con compañeros de Jaca. Te caía encima el agua que echaban los hidroaviones o los helicópteros… Para mí no suponía un momento duro… que lo era. Pero era el momento de dar el callo. Me siento muy orgullosa de aquellos momentos; es, por estas cosas, por las que valoras más a la institución y cada vez la quieres más».
Entre cientos de actuaciones, Mayte Arranz recuerda también el accidente de tráfico de unos trabajadores que fallecieron en un adelantamiento en la carretera N-330, cuando todavía no existía la autovía. Y la búsqueda de un pastor por la zona de Hecho, que finalmente apareció muerto. O el atentado de Sallent de Gállego, en el que los guardias civiles Irene Fernández Perera y José Ángel de Jesús Encinas fueron asesinados por la banda terrorista ETA el 20 de agosto de 2000: «Conocí a Irene en invierno, en enero, cuando subimos concentrados a Candanchu porque venía el rey a esquiar». Especialmente significativo, porque cuando sucedió, Mayte pasaba su propio duelo personal, ya que acababa de perder a su hermano.
Volvería a entrar en el Benemérito Cuerpo de la Guardia Civil
A pesar de todo ello, nada condicionó su labor en el Cuerpo ni le hizo replantearse abandonar la Guardia Civil en ningún momento. «Solo estuve algo más intranquila -explica- cuando en Jaca estuvimos en los pabellones que daban a la parte de atrás, a la zona de Pico Collarada. Entonces era un descampado, con una zanja. Y no tenía miedo por mí, sino porque ahí dormía mi hija, que solo tenía tres añitos», señala.
El mensaje de Mayte Arranz para las mujeres que quieran entrar en la Guardia Civil es claro: «Lo primero, deben saber bien donde se meten. Ahora es más fácil. Es bonito formar parte de un Cuerpo como éste, pero hay que tener en cuenta que tiene carácter militar y no a todo el mundo le gusta, con una disciplina muy estricta. Sin embargo yo, después de tantos años, puedo decir que estoy muy contenta de haber pertenecido la Benemérito Cuerpo de la Guardia Civil».
Por Rebeca Ruiz

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