
por Rebeca Ruiz
Jaca está triste. Jaca está desolada. Jaca llora la muerte de Paco Benítez. El sargento primero del Regimiento de Infantería Galicia 64 de Cazadores de Montaña Francisco Javier Benítez Maya unía a los jacetanos y a sus compañeros en un grito unísono y callado contra el destino, en un abrazo de impotencia, de rabia, de desolación,… como cuando uno tiene el convencimiento de que está sufriendo una injusticia. Como cuando se sabe que es demasiado pronto para que alguien se vaya y no se puede hacer nada para impedirlo. Con el sentimiento enfrentado de creer firmemente que las personas buenas deberían tener otra oportunidad y no marcharse en el mejor momento de su vida, y, sin embargo, hay que dejarlas ir.
El sargento primero Benítez fallecía este lunes en acto de servicio a los 42 años y dejaba mujer y dos hijos pequeños; demasiado pequeños para perder a un padre. Era natural de Badajoz y llevaba 20 años en el Ejército (seis de ellos, en Jaca, donde había sabido ganarse el corazón de la gente y contaba con muchos y grandes amigos). Se fue. Sin más. Una mañana de enero fría como el momento en que sus compañeros se dieron cuenta de que ya no íba a volver.
Este martes se celebraban las honras fúnebres en el Acuartelamiento San Bernardo de Jaca. La misa era presidida por el obispo de Jaca y Huesca, Julian Ruiz; y el acto militar, por el teniente general jefe de la Fuerza Terrestre, Juan Gómez de Salazar Mínguez, que imponía al suboficial fallecido la Medalla al Mérito Militar con Distintivo Amarillo a título póstumo tras una trayectoria intachable, que le había llevado a misiones de paz a lugares como Kosovo o Albania. Descarga de fusilería, Himno de Infantería, Homenaje a los Caídos y las lágrimas en los ojos de sus compañeros se convertían en el atrezzo improvisado y desalentador de este último acto de despedida. El féretro era portado por tres compañeros suboficiales de la Compañía Servicios (la unidad a la que pertenecía Benítez) y por tres Guardias Civiles primos del fallecido. Le abría paso, en un doloroso último desfile ante las tropas y la bandera de España, el jefe (también compañero) del Equipo de Porteadores.

Unos actos solemnes presididos por las autoridades civiles y militares. Estaban la subdelegada de Gobierno, María Teresa Lacruz; la teniente de alcalde de Jaca, Susana Lacasa, representantes de otros partidos políticos, como el PAR, compañeros de voluntariado… y sobre todo, amigos. Muchos amigos. Porque Paco Benítez podía presumir de contar con una larga lista de personas que le apreciaban. Estaba toda la ciudad. Todos, compañeros, amigos y familiares, consternados por el dolor y por la repentina pérdida. Sin tiempo para asimilar que Paco ya no va a volver.
El coronel del Regimiento Galicia, Félix David Vaquerizo, era el encargado de entregar la bandera, la boina y la condecoración a la esposa del sargento primero Benítez, en el que fuera su primer acto oficial después de su nombramiento hace tan solo unas semanas. Un momento que, con toda seguridad, no hubiera querido que se produjera nunca. «En el escaso tiempo que llevo al frente de esta unidad, me ha faltado tiempo para muchas cosas; sin embargo, sí tuve la ocasión de conocerte (…), y por ello puedo constatar el sentimiento de los hombres y mujeres de este regimiento hacia tu persona», señalaba, visiblemente conmovido, el coronel Vaquerizo. «Trabajador infatigable, disponibilidad absoluta para el servicio y para la amistad, responsable en tus cometidos, siempre dispuesto al trato y a la conversación, siempre la familia por delante, siempre amigo de tus amigos… Nos dejas. Y aunque es cierto que la tristeza nos nubla, la congoja presiona nuestras gargantas y el llanto pugna por humedecer nuestras mejillas e, incluso, por qué no reconocerlo, la rabia nos llena de desesperanza, dejadme que os diga que nuestro tributo al soldado, al esposo, al padre, al hijo, al hermano (…) debe, necesita ser, una contribución de alegría. Vivirá en nuestra alegría, no es nuestra tristeza; así lo querría él». Palabras sinceras que devolvían un poco de sosiego en unos momentos tan difíciles. «Porque Paco –concluía- ya forma parte del Galicia».
Así es la vida. Y así es la muerte. Tan inoportuna. Tan despiadada. Tan cruel con una viuda, Alesandra Ribadomar, que tendrá que explicarle a sus hijos por qué su padre ya no les ayudará a soplar las velas en su próximo cumpleaños o no les podrá llevar más al cole. Una mujer entera; entregada, como su esposo, al Ejército y a España, y orgullosa de haber podido compartir esa gran pasión con su marido, con el amor de su vida, con aquel al que hoy debía decir adiós para siempre. Una mujer fuerte convertida en protagonista, sin quererlo, de esta macabra broma del destino, aferrándose fuertemente a la bandera, a la última medalla de su marido y a su boina verde, lo poco que le queda de aquel cuya despedida le ha partido el alma. Y una muerte tan cruel que se lleva en vida a unos padres. Nadie debería ver cómo se van sus hijos -me repito, mientras el frío helador de las montañas congela el momento en un sentimiento desgarrador, que rompe las entrañas-. Demasiado dolor. Y una mañana muy triste para Jaca.

Dolor, mucho dolor, esta mañana, en las honras fúnebres por el sargento primero Benítez. Y muchas flores; tantas como muestras de cariño hacia una familia destrozada y en memoria de un futuro que no llegará. Un silencio profundo y amargo que dolía en el Acuartelamiento San Bernardo, testigo de tantos buenos momentos vividos, a buen seguro, por quien hoy debía despedirse de tantos y tan buenos amigos, que no han querido dejar pasar la oportunidad de dar el último adiós a uno de los suyos.
Una rosa se desprendía de una gran corona de flores. Se quedaba en el suelo sola, en mitad de la desolación, testigo mudo de la tristeza que pesaba toneladas en el aire. Rebelándose a irse, como símbolo imperturbable de la resistencia de los presentes a dejar marchar al esposo, al padre, al hijo, al hermano, al compañero, al amigo. Como esa viuda aferrándose con todas sus fuerzas a la bandera que le acababan de entregar; la que nunca quiso haber recibido, la que no quería soltar porque es un modo de mantener a su marido a su lado.
El sargento primero del Regimiento de Infantería Galicia 64 de Cazadores de Montaña Francisco Javier Benítez Maya tiene una nueva misión: desde el cielo velará por todos los que deja aquí, como hacen los hombres de buena voluntad.
Lo siento. Lo siento mucho. Que la tierra le sea leve.
Galería de fotos en: