Quién nos iba a decir a todos nosotros en pleno siglo XXI, con los adelantos tecnológicos y la vida que llevábamos, que una pandemia iba a modificar muestras costumbres y nuestros roles. Creo honestamente que la política y la sociedad no hemos estado a la altura de las circunstancias. Entre dimes y diretes, medidas y contramedidas, represalias, confinamientos, fases e improvisación, la pandemia del Covid-19 se ha colado en nuestros hogares, barrios, pueblos y ciudades.
Más de seis meses ya de ansiedad, agobio, estrés, desinformación y dejadez por parte de una gran mayoría de la sociedad. Nos hemos relajado y así nos está yendo. Hartos de que la pandemia siga creciendo en el mundo. Hartos de unos políticos que solo saben enfrentarse por los votos, en momentos, en que deberían unirse. Hartos de jóvenes y adultos que celebran macrobotellones sin importarles el prójimo. Hartos de protocolos tardíos y falta de coordinación. Hartos de medidas eficaces.
Hartos de contrasentidos y controversias políticas. Hartos de falta de medios sanitarios, educativos y medios en las fuerzas de seguridad. Hartos de no llegar nunca a esa nueva normalidad; o mejor dicho, anormalidad nueva que se pretende alcanzar en algún momento. Hartos de que nuestros mayores sigan cayendo y dejándolos como personas abandonadas y no útiles. Hartos de vueltas al cole sin argumentos fehacientes y medidas protectoras.
Hartos de estar en un continuo estado de alarma… o vayan ustedes a saber. Hartos de esas batallas que no llevan a ningún lado de azules, rojos y también ahora morados y naranjas… ¿Me entienden, no? Hartos de las no fiestas que luego se convierten en fiestas sin mascarillas ni distancia de seguridad. Hartos de manifestaciones en contra de la mascarilla y la distancia.
Más de medio año, más de seis meses de una película que esta vez no es de ficción, sino que es la pura y dura realidad social, sanitaria y económica.
La vida nos está dando una lección que debemos aprender a marchas forzadas y lo peor, aún sin cinturón de seguridad, sin vacuna.
Por Juan José Mairal Herreros
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