‘Y el Pirineo no se rindió’. Por María José Mingarro

Escuchaba atentamente mientras los pastores echaban un trago de sus botas y comían un poco de queso y pan. Anhelando su tierra. Un joven rapatán comentaba a los más mayores:
«Echo de menos la nieve, señor; este año, mi patrón me prestó unos esquís que habían sido de su hijo. ¿Sabe? Aprendí el año pasado a esquiar… Echo de menos nuestras montañas, el viento, el sol, la nieve y el agua. Echo de menos esas charradas alrededor del hogar, ¿sabe, señor? Ya me dejaban escuchar».

«Hijo mío -contestó el señor- nuestra casa, el Pirineo, tiene agua, tiene montañas, tiene campos y laderas, tiene hermosas casas de piedra y pizarra con preciosas chamineras. Pero no lo olvides: tiene un carácter fuerte y duro, los inviernos largos, donde con el manto de la nieve desaparecen los pastos. Pero la primavera… la primavera es verde, floreada, con los mejores prados para nuestro ganado. El verano es suave. Y el otoño cubre de colores los montes y caminos».

Y el Pirineo no se rindió. Por María José Mingarro.
Y el Pirineo no se rindió. Por María José Mingarro.

Día a día, Tierra Baja oía hablar del Pirineo a esos pastores que hablaban con devoción de su casa. Ella era caprichosa. Lo quería para ella, y pensaba conquistarlo. En primavera, aprovecharía la cabañera y subiría a visitarlo.
Y así fue. Para los Mayos ahí estaba Tierra Baja, ante un paisaje inigualable. Montañas legendarias custodiando sus valles. Ríos en los que sus embravecidas aguas saltaban piedras, y ramas con destino, hacia el llano. Intentó en vano conquistar al Pirineo… ¡Pero cual fue su sorpresa! Éste la rechazó.

«Yo no abandono a mi gente. Son nobles y leales, fuertes y trabajadores. Superan todos los baches de mi mal carácter. Tú eres una joven caprichosa. Solo te intereso, por mi agua y la belleza de mis montes».
«Recuerda, lo pagarás caro. Yo soy la que tengo el poder, lo pasarás mal». Y con esa amenaza y el rechazo del Pirineo, Tierra Baja se fue.

Poco tardó en cumplir su palabra. Expropió pueblos enteros para construir presas y pantanos. Los montañeses lucharon, pero algunos pueblos desaparecieron bajo las aguas.
Pero el Pirineo no se rindió, y en sus montes se instalaron estaciones de esquí, donde en invierno se disfrutaba de su descenso, y para primavera se llenaba del sonido de las esquillas del ganado que tranquilamente siguen pastando sus montes, ayudando así a sus vecinos en crear riqueza y asentar población. Sus habitantes respondieron con trabajo y esfuerzo. Construyeron hoteles, restaurantes, bares, comercios, tiendas y otro tipo de servicios. Siempre respetando la Tierra que los vio nacer.

Pasaron cincuenta y tantos años. Vino una pandemia y, hoy, Tierra Baja paga su despecho con el majestuoso y legendario Pirineo, privándolo, de trabajo y ayudas. Sus vecinos se ven tristes, lo están pasando muy mal, pero Tierra Baja no los escucha, sus plegarias se las lleva el cierzo.

Lo que Tierra Baja no esperaba es que todos los valles del Pirineo lucharan unidos por una misma causa. Y sus vecinos, como ya mencioné, son fuertes, tenaces y valientes.

Pudimos perder una batalla, pero la lucha no acaba hasta que la guerra termina. Venceremos.

Por María José Mingarro

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