Para la crónica de hoy, empecé cubriendo los Pasacalles en el mismo sitio que ayer me dio tan buenos resultados: la Plaza Cortes de Aragón. Allí, el Grupo Folklórico Nacional de Guatemala lucía sus trajes regionales, sacándoles partido con su baile suave a la par que pasional. Los ritmos armónicos de una de las canciones dieron paso a una grata sorpresa.

En un modesto segundo plano, aguardaban su turno las integrantes del Don-don Dance Theatre de Taiwán, pero sin interrumpir la música; los integrantes del grupo guatemalteco invitaron a las taiwanesas y a los asistentes a formar parte del espectáculo. Una vez superada la vergüenza inicial, los espectadores se dejaron llevar por el ritmo y no por la razón, disfrutando y haciendo disfrutar a los demás.

Tras concluir la fusión cultural, FUE el turno del grupo de Taiwán
Tras concluir la fusión cultural, el grupo de Taiwán ofreció su maravillosa coreografía acompañada de sus vistosos accesorios. Y del mismo modo que las taiwanesas se atrevieron con los bailes latinos, una vez concluida la elegante danza asiática, los asistentes al espectáculo también se unieron al baile. Sin importar las diferencias de edad o nacionalidad, la Plaza Cortes de Aragón se convirtió en un espacio de multiculturalidad armoniosa.
Siguiendo mi recorrido por las calles de Jaca encontré al grupo Macuilxóchitl de México en la Plaza de la Catedral. Allí no vi a los habitantes locales ser partícipes de las danzas mexicanas; tal vez se produjo más tarde… O puede ser que los espectadores no estuviéramos preparados todavía para formar parte activa. Los integrantes del grupo folklórico giraban por parejas realizando intrincados taconeos que seguían a la perfección el ritmo frenético de los músicos. Al menos un servidor no se ve capaz de improvisar un baile tan dinámico y explosivo. Una danza que, sin unas clases previas, tal vez sea mejor dejar a los profesionales.

En la misma Plaza de la Catedral fui testigo también del espectáculo que ofreció la Asociación Cultural Coros y Danzas de Santander. Una vez asentados los músicos, se repitió la misma cercanía con el público. Los bailarines invitaron a los asistentes a participar; llegando a insistir en algún que otro caso, alegando que «el no saber bailar o el dolor lumbar no eran excusa». Su persistencia dio sus frutos, regalando imágenes curiosas y eclécticas. Los trajes regionales de Cantabria, lejos de hacer sombra a la ropa veraniega de los bailarines improvisados, creaban una estampa de unidad y cohesión formidable.

En el día de hoy pude observar un enfoque más cercano del folklore. Siempre es curioso el conocer las tradiciones de un país lejano; pero compartirlas y formar parte de ellas es lo que realmente hace única la experiencia del Festival Folklórico de los Pirineos. No se trata de ver la cultura ajena desde la distancia cómoda de nuestra zona de confort, sino de disfrutarla como lo hacen sus mejores embajadores: viviéndola.
Por Javier Vaquerizo García de Viedma
