Y el Pirineo siguió luchando. Por María José Mingarro

No sé si me recordarán. Mi nombre es Pedro. Ese joven rapatán  que hace muchos años fue  testigo de aquel enamoramiento caprichoso de Tierra Baja con Pirineo. Hoy ya no me encuentro presente de cuerpo, pero cada noche ilumino en forma de estrella un pedacito de nuestra tierra, el Pirineo. Si me lo permiten me gustaría contarles un relato, que es parte de esa historia de la que yo fui testigo y en la que ahora, desde mi posición, puedo ver con más claridad si cabe.

Y el Pirineo siguió luchando. Por María José Mingarro
Y el Pirineo siguió luchando. Por María José Mingarro.

Corría el final del año dos mil veinte y principios del veintiuno. Las gentes del Pirineo se preparaban como hacían año tras año para recibir a sus visitantes y amigos. El ganado ya había partido hacia las pardinas en busca de un clima menos hostil. El tiempo había corrido… Más de cincuenta años habían pasado ya desde que Tierra Baja fue rechazada por Pirineo.

Su amenaza siguió  latente en los corazones de sus gentes, en ese tiempo más que nunca.

Pirineo siguió conviviendo con la ganadería y el turismo, y sus pueblos  evolucionaron dotando de los mejores servicios a sus habitantes y turistas.

Como sabéis, una pandemia vino a visitar el mundo al comienzo del año veinte, llenando de pánico el planeta.

Tierra Baja tomó decisiones más o menos acertadas, pero olvidándose una vez más del majestuoso Pirineo, que todavía conservaba sus altas montañas, sus ríos con sus embravecidas aguas, esos campos que en primavera se llenan de flores y sonidos de esquillas.

Por despecho hacia esa tierra que un día la rechazó por presuntuosa y caprichosa, estuvo Tierra Baja fastidiando a Pirineo; intentó, no en vano, quitarle un recurso natural tan importante como es el agua. Años en los que la despoblación de Pirineo fue latente. Pero éste, en vez de sucumbir y rendirse,  supo crear de la nada lo que hoy posee. Con gran esfuerzo, y mucho ahínco, Pirineo comenzó a gestionar sus recursos naturales. De ahí nacieron las estaciones de esquí y los pequeños negocios familiares que ayudaron a que la población se asentara, creciera poco a poco y afianzó de este modo su economía. Pero Tierra Baja se lo puso difícil.

Él lo tiene todo, un paisaje inigualable, los pueblos más bonitos de España, unos habitantes con la gran cualidad de saber adaptarse al medio donde viven y luchar por su tierra y sus creencias. Esos pueblos se unieron por un fin: defender el amor a sus valles, la tierra que los vio nacer o que los acogió con tanto cariño cuando decidieron asentarse aquí. A  pesar de que hoy la gente se ve triste, indignada, dolida, enfadada -puesto que muchos lo han perdido todo-… Otros han visto quebrantados sus sueños… Otros han tenido que buscar sustento en otros lugares. Pirineo no dejará que se hundan, luchará por ellos.

Ella no entiende de nieve, no comparte una forma de vida en la que estar en contacto con la naturaleza te enriquece. Una vida en la que sus gentes, con mucho esfuerzo, trabajo y tesón, han logrado construir el paraíso en sus tierras.

Ella, otra vez, intenta hundir desde sus despachos este modelo de vida con  el que antaño tantos jóvenes soñamos y con gran trabajo logramos crear. ¡Qué tiempos aquellos en los que, con muchísimo trabajo y unos pocos burros, fuimos haciendo una telesilla… Y luego otra… Y un telesquí… Ahora lo hacen con helicópteros, se ha facilitado la faena.

Ayer oí llorar a muchas personas. Tierra Baja volvió a las andadas, privándolas de la apertura de estaciones y la movilidad regional. Riéndose y jugando con todos los que aquí viven y vivimos.

Pero conociendo el carácter de Pirineo y sus gentes, no van a estarse parados, ni sumisos. Van ha luchar, porque creen en ellos, en su trabajo y en su buen hacer. Y puede que le hayan ganado un batalla, pero la guerra no termina hasta que uno de los bandos pierde. Y esta guerra acaba de empezar.

Por María José Mingarro

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