José Luis Solano, guarda del Monasterio durante 36 años: «Mi sitio en el mundo es San Juan de la Peña»

José Luis Solano: «Mi sitio en el mundo es San Juan de la Peña». (FOTO: Rebeca Ruiz)

José Luis Solano tiene muy claro que su sitio en el mundo es San Juan de la Peña. El que fuera guarda del Monasterio durante 36 años es, posiblemente, una de las personas que mejor conoce las entrañas, la historia y los secretos más escondidos de este monumento único considerado cuna del Reino de Aragón.

San Juan de la Peña ha marcado su vida y la de su familia. Su hijo, siendo un niño, descubrió uno de los anillos que aparecieron durante las excavaciones arqueológicas con el levantamiento de las tumbas de los Reyes de Aragón. Y fue en el claustro donde su hija le anunció que iba a ser abuelo. El mismo claustro por el que ha guiado a innumerables escolares, pero también a reyes, nobles, políticos y personajes famosos. «Toda mi vida está allí», asegura, mientras confiesa que sigue visitándolo a menudo porque entre sus muros siente la paz de reencontrarse con sus raíces.

José Luis Solano, guarda de San Juan de la Peña durante 36 años: «Toda mi vida está allí»

«En San Juan de la Peña lo he aprendido todo. Toda mi vida está allí». Son tantas las vivencias y los buenos recuerdos que conserva el que fuera guarda de San Juan de la Peña durante 36 años que José Luis Solano asegura, con autoridad, que «para toda la familia es nuestro sitio; nuestro lugar en el mundo».

«A una de mis grandes amigas, Ana Lapeña, la conocí en San Juan de la Peña. Mis hijos han crecido en San Juan de la Peña, tanto María -que siempre que viene tiene que subir al monasterio- como José Luis« , explica.

«Cuando en el 1986 se levantaron las tumbas reales, la necrópolis medieval, mi hijo, que entonces tenía unos nueve años, estaba con los arqueólogos. Ellos eran chicos jóvenes, universitarios, y el niño siempre andaba por allí. Fue él uno de los que se encontró uno de los tres anillos de oro de 24 kilates, que, junto a un dado de marfil, aparecieron al levantar las tumbas reales».

Es solo una de las innumerables anécdotas que le han sucedido a lo largo de todos estos años. Y es que tanto para él como para su familia, el monumento tiene un significado muy especial. Sobre todo para su hija, «que siempre que viene tiene que subir, aunque sea agosto y esté abarrotado de gente», y que eligió, precisamente, el claustro del Monasterio para comunicarle que iba a ser abuelo por primera vez.

Una historia que comenzó en 1984

Solano asegura que llegó a San Juan de la Peña «de pura casualidad». Era 1984 cuando leyendo El Día vio que se habían convocado unas oposiciones para guarda de San Juan de la Peña. Él entonces estaba en paro y decidió presentarse, junto a medio centenar de personas. Y aprobó.

«No sabía muy a ciencia cierta dónde me metía. Me preparé buscando información y lo que se había escrito. Entonces había muy poco publicado; solo un libro turístico de Domingo Buesa que había editado Everest», recuerda. Tampoco se le olvida que en el examen solo le preguntaron sobre la importancia económica del Camino de Santiago y la relevancia del turismo en el sigo XX. «Cuando llegué, conocí al anterior guarda, Juan Sarasa. Su padre también había sido guarda del Monasterio y fue toda una institución en los años 40 del siglo pasado. Me dio las llaves, y ahí me quedé».

«Empecé a enseñar el Monasterio. Tuve suerte, porque mi llegada coincidió con los trabajos de restauración de finales de los ochenta. Unas obras importantes que estaba dirigiendo el arquitecto Ramón Bescós. También conocí al encargado, Manuel Otero, y al restaurador José Félix Méndez, de la Diputación. Ellos me enseñaron muchísimo; tanto de San Juan de la Peña como del Románico».

Los primeros años de las autonomías y el interés del Gobierno de Aragón por San Juan de la Peña

«Eran los principios de la autonomía, y es un monumento que pertenece al Gobierno de Aragón, que tomó mucho interés en él. Se empezaron las excavaciones delante del claustro, se levantaron las tumbas reales,… y yo aprendí mucho de profesionales como el antropólogo José Ignacio Lorenzo, o de Carlos Escó… Mientras tanto, continuaba explicando el Monasterio; cada vez, supongo, que algo mejor», explica José Luis Solano.

Aquellos primeros momentos vivía en la casa forestal de la pradera junto a su mujer, Rosa Viotacon quien desde el pasado mes de junio comparte el reconocimiento de caballeros distinguidos de la Real Hermandad de Caballeros de San Juan de la Peña-, antes de que la familia se trasladara a Santa Cruz de la Serós.

Reconocimiento de hermanos distinguidos de San Juan de la Peña. (FOTO cedida por José Luis Solano)
Reconocimiento de hermanos distinguidos de San Juan de la Peña. (Archivo de José Luis Solano)

Hasta tal punto guarda buenos recuerdos de aquella etapa que, después de estar jubilado, ha llegado a soñar muchas veces con San Juan de la Peña, explica con una sonrisa. Por eso, aunque ahora lleva aparentemente una vida más tranquila, donde tiene tiempo para la fotografía y para pintar, sus grandes aficiones, sigue volviendo al Monasterio cada vez que tiene ocasión. Confiesa que ahora siente «mucha paz» cuando regresa allí. Al fin y al cabo, dice, «es volver a tus raíces, al sitio donde tienes que estar».

Anécdotas, grandes recuerdos y personajes ilustres

Han sido tantas las situaciones que merecen la pena ser contadas después de tantos años dedicados a San Juan de la Peña, que cada persona con la que se encuentra José Luis Solano en Jaca hace retroceder su memoria en el tiempo.

Sin embargo, hay algunas que resultan imposibles de olvidar. Entre ellas, la visita de los Reyes de España, tanto del emérito en 1996 como la actual, de Felipe VI, junto a la Reina Leticia, en 2020, en plena pandemia. También guarda un grato recuerdo de personajes como Antonio Gala, «que me pareció -asegura- un hombre muy interesante y muy culto y elegante, con una imagen muy distinta a la que solía dar entonces en televisión». Recientemente, con motivo de la visita al Monasterio de las Reales Maestranzas de Caballería, integradas por la nobleza española, Solano coincidía con el duque de Alba, Carlos Juan Fitz-James Stuart y Martínez de Irujo.

José Luis Solano, junto al duque de Alba. (FOTO cedida por José Luis Solano)
José Luis Solano, junto al duque de Alba. (Archivo de José Luis Solano)
Enseñando el Monasterio. (FOTO: Archivo de José Luis Solano)

Junto a ellos, ha guiado entre los recovecos del monasterio a miles de escolares. Encuentros entrañables que el guarda recuerda con mucho cariño y de los que conserva numerosas anécdotas. Como en una ocasión, cuando uno de los niños vio el Milagro de Calanda en el capitel que representa a Jesús con los apóstoles.

Momentos íntimos en San Juan de la Peña

A pesar de todo, y de las experiencias que ha podido vivir como guarda de San Juan de la Peña, José Luis Solano explica que era en la intimidad donde realmente se sentía feliz en un entorno como el Monasterio: «Cuando estás en la capilla de San Voto mirando hacia el claustro y ves como cae la lluvia, o como nieva, son momentos muy bonitos. O en la iglesia románica, que es un lugar que a mí me parece increíble, sentado en el ábside mirando hacia la nave…»

También debió enfrentarse a momentos especialmente difíciles. Uno de los más duros fue el incendio forestal de 1994. «Fue impresionante. Estuvo muy cerca, y gracias a los voluntarios y a los pueblos de alrededor, como Santa Cruz y Botaya, se pudo controlar y apagar. Era muy triste ver el Monasterio cubierto de cenizas que llegaban por el aire, y el aspecto que tenía», recuerda, al mismo tiempo que no olvida a todos los que han pasado por su vida durante este tiempo y que hoy ya no están. Afortunadamente, en la balanza pesan más las buenas reminiscencias. Y es lo que hace que, a pesar de la nostalgia y tristeza que sintió cuando entregó las llaves, siga muy vinculado y suba a San Juan de la Peña siempre que tiene ocasión.

(FOTO: Archivo de José Luis Solano)
(FOTO: Casa Real)
(FOTO: Casa Real)

«Hace falta invertir mas en mantenimiento y más excavaciones arqueológicas»

En los últimos años, el Gobierno de Aragón viene haciendo un esfuerzo importante para conservar y promocionar San Juan de la Peña. Solano considera, no obstante, que se necesita algo más. «En momentos de crisis, en Patrimonio y Cultura es donde menos se invierte. Sí que hace falta, en San Juan de la Peña, el mantenimiento. No es bueno esperar a que esté todo estropeado para hacer una gran restauración», apunta.

«Aparte de la promoción, que a nivel de Aragón parece que se está moviendo -continúa- harían falta más excavaciones arqueológicas. Prácticamente en casi todo el valle en el que está situado el Monasterio vemos ahora una arboleda que es espectacular. Antes era muy escasa, porque los monjes empleaban la madera desde la cuna hasta la sepultura. Árbol que tenían, árbol que podaban. Y había numerosas construcciones pertenecientes al Monasterio que ocupaban toda esa zona. Falta la hospedería, el hospital, las estancias reales, la biblioteca, el refectorio, la enfermería, las cuadras,… Faltan muchísimas dependencias que tienen que estar por la zona. Basta con pensar como es el Monasterio Nuevo para hacerse una idea de lo que era el viejo, que habría tenido mucha más importancia», repasa Solano.

Es consciente, eso sí, de la dificultad de estas excavaciones, ya que supondría, entre otras cuestiones, «tener que desviar la carretera. Además, es un espacio natural protegido, por lo que sería muy complicado» acometer una empresa de estas características.

El claustro de San Juan de la Peña, desde dos originales puntos de vista. (FOTOS: José Luis Solano)

Queda mucho por contar de San Juan de la Peña

En este sentido, el exguarda de San Juan de la Peña advierte que todavía queda mucho que descubrir en el entorno del Monasterio: «A nivel de carretera, en una esquina de la iglesia prerrománica, salió a finales de los ochenta una trompa de 2,30 metros. Se bajó cuatro metros y medio, y no se logró encontrar el suelo de aquella habitación. Si hay una trompa, tendría que haber tres trompas más. Y es muy posible que debajo de la iglesia prerrománica exista algún otro tipo de construcción. Podría ser parte de alguna de las construcciones de aquel monasterio primitivo, a las que hoy no se puede acceder porque están cubiertas de tierra y vegetación».

A veces, señala, «paseando por la ladera del monte, te podías encontrar un trozo de capitel, o de fuste,…». Unos elementos que actualmente forman parte del museo y que refuerzan la teoría de que la masa forestal que arropa al Monasterio esconde numerosos restos de gran importancia histórica y arqueológica.

Un lugar mágico y muy especial

José Luis Solano se muestra «escéptico» con ciertas cuestiones en torno a San Juan de la Peña, en referencia a los mitos y leyendas que tradicionalmente ha alimentado, aunque matiza que no así con hechos históricos de los que hay constancia. Pero se define convencido de que «San Juan de la Peña es un sitio con unas connotaciones muy especiales, unas energías que no hemos conocido y que desconocemos todavía», y de que «se construyó allí porque era un sitio mágico desde siempre», en referencia a ritos anteriores al Cristianismo, posiblemente relacionados con algún tipo de adoración a la montaña, al agua o a la propia naturaleza.

José Luis Solano, en Jaca. (FOTO: Rebeca Ruiz)
José Luis Solano, en Jaca. (FOTO: Rebeca Ruiz)

José Luis Solano: «Cuando el visitante llegue a San Juan de la Peña, le recomendaría que no lo intente ver como algo turístico»

Por eso, cuando se le pide algún consejo acerca de cómo hay que acercarse a San Juan de la Peña, lo tiene claro: «Cuando el visitante llegue a San Juan de la Peña, le recomendaría que no lo intente ver como algo turístico, sino que piense cómo era cuando estuvieron los monjes, con camastros, pajas y chimeneas. Con alabastro y pergamino cubriendo las ventanas. Cuando vamos a la iglesia románica nos faltan las pinturas que había en la peña, un pantocrátor y un cielo estrellado. En el ábside habría pinturas, representando la leyenda de San Félix y San Voto, habría cortinajes, el olor a incienso, la iluminación con velas,… Lo que vemos ahora es el boceto de la obra de arte».

«Me gustaría tener un túnel del tiempo y encontrarme San Juan de la Peña en el siglo IX, e ir viéndolo poco a poco en los siguientes siglos, cuando el Monasterio estaba lleno de vida. También me gustaría verlo dentro de 200 años, saber como está, y darme una vuelta por el claustro. Y me gustaría ver que se ha conservado tal y como está», concluye el que fuera guarda de San Juan de la Peña durante casi cuatro décadas.

Por Rebeca Ruiz

shiva

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