Aquel pequeño jacetano que un Primer Viernes de Mayo de hace 45 años ya desfilaba orgulloso arma al hombro y con un clavel en la boca es Carlos García. Posiblemente, el presidente de la Hermandad sea una de las personas que mejor comprende el espíritu de la fiesta y lo que significa el orgullo jaqués. De niño veía cómo sus hermanos mayores se preparaban en casa para recibir al Conde Aznar y fue allí donde surgió su historia de amor con el Primer Viernes de Mayo. La fiesta ha sido testigo de los momentos más felices de su vida. Y también de los más tristes. Se emociona cuando recuerda a los que ya no están. Así es Carlos García. Una vida entera entregada al Primer Viernes de Mayo. Y ésta es su historia.

A Carlos García, presidente de la Hermandad del Primer Viernes de Mayo, le cuesta recordar cuando comenzó su historia de amor la fiesta de Jaca
A Carlos García, presidente de la Hermandad del Primer Viernes de Mayo, le cuesta recordar cuando comenzó su historia de amor con la fiesta grande de Jaca. Su memoria le lleva a su casa, con cuatro o cinco años, cuando veía vestirse a sus hermanos para salir a recibir al Conde Aznar. Entonces no había redes sociales, y fotos quedan, escasas, de quien las haya podido conservar.
Pero en la memoria de Carlos siguen muy vivas aquellas imágenes. Como tantas otras que, a lo largo de los años y hasta hoy, han ido fortaleciendo su vínculo con el Primer Viernes de Mayo. El presidente cumplirá este viernes 45 años desfilando. De ellos, 34 como capitán de artesanos -dos como segundo capitán- y seis, al frente de la Hermandad.
Su primer recuerdo le devuelve a la casa familiar. Eran finales de los años sesenta. «Recuerdo a mis hermanos, que venían con sus amigos a vestirse a casa, a ponerse las fajas, cuando yo no salía aún; recuerdo las escaleras…», explica Carlos, con cierta nostalgia en la voz.
Aquellos maravillosos años… de Carlos García
«Más tarde -continúa-, ya en el 78 o por ahí, los primeros años que salí, me acuerdo de ir a desayunar en una furgoneta a Chocolates Juanillo, que estaba en la Calle del Obispo. Bajábamos las tortas, que se repartían con vino en el cementerio, a la puerta de la ermita. Aquello después se dejó de hacer». Y es que los recuerdos de Carlos García tienen gusto a familia, a amigos, a tradición, a Jaca.
Con sus hermanos -a veces con unos y otras con otros- José Enrique, Jesús Javier y Mabel vivió intensamente aquellos primeros desfiles. El germen estaba sembrado y en los últimos años, hasta 15 miembros directos de la familia han coincidido desfilando junto al Conde Aznar.

A finales de los años 70 nadie enseñaba a los chicos a llevar un arma –los trabucos llegarían más tarde, en el 85-, pero no había artesano ni labrador que se preciara sin su clavel en la boca y su escopeta al hombro
Pero sigamos revolviendo en la memoria de Carlos, que es también la memoria de la fiesta. A finales de los años 70 nadie enseñaba a los chicos a llevar un arma –los trabucos llegarían más tarde, en el 85-, pero no había artesano ni labrador que se preciara sin su clavel en la boca y su escopeta al hombro.
Carlos aún lo tiene muy vivo: «Empecé a salir con una escopeta de perdigones, y después ya empecé a llevar una con cartuchos. Nos las dejaban los cazadores. Los cartuchos nos los hacía especialmente Hilario, el de la Armería Las Cumbres, en la Calle Zocotín, con pólvora suelta y periódico. Cuando disparabas, salían trozos de papel por todos los sitios».
No tiene que esforzarse demasiado para recordar cómo se echaban a suerte las guardias que había que hacer en la puerta de la ermita -el que sacaba la pajita más pequeña-. «Nunca me tocó», sonríe. Y a partir de ahí, miles de recuerdos. Felices, y no tanto.
Las tres descargas de Carlos García
Es habitual que cuando a alguien se le pregunta por su mejor momento en el Primer Viernes de Mayo responda que el himno. Es difícil superar la carga de emoción y sentimiento que viven los jacetanos cuando comienzan a escucharse los primeros acordes en la Calle Mayor. Sin embargo, no es el caso de Carlos García.

«Yo me guardo tres descargas brutales en la puerta del Ayuntamiento. Por alguna razón, esa última descarga en la Calle Mayor es siempre la que mejor nos sale (y tenemos muchas muy buenas porque tenemos a honra disparar muy bien)», asegura, con conocimiento de causa y sin exagerar un ápice, el presidente.
Entre esas tres descargas, Carlos conserva como oro en paño una de ellas. La tiene muy presente a través de una fotografía de entonces. La guarda en papel, desenfocada y vieja, maltratada por el paso del tiempo, pero cargada de sentimiento. Y la guarda también en el corazón.

El presidente, que lleva fama de estricto y exigente (en las distancias cortas te das cuenta de que no lo es tanto), no puede evitar emocionarse con la imagen en la mano: «Fue en 1989, el primer año que salí como capitán. Y fue el mismo año que murió mi madre».
Primer Viernes de Mayo, para bien y para mal
Carlos pasa unos años en los que la fiesta va marcando cada etapa de su vida. Con momentos para recordar y otros, que no lo merecen. Porque el Primer Viernes de Mayo al final es eso: es orgullo jaqués. Es tradición. Es puro sentimiento. Es compañerismo y es convivencia. Para bien, y para mal.



Va pasando el tiempo y Carlos conoce a su mujer, Michelle, que empieza a acompañarle en el desfile al año de casarse. Siempre a su lado. «Ya salió a partir de entonces siempre conmigo… y mis hijos, Christian y Dani, también. Desde antes de nacer», añade, sin ocultar su orgullo, el presidente del Primer Viernes de Mayo mientras muestra una foto con uno de sus pequeños (entonces) en brazos y Michelle al lado. «El mayor, a partir de este año, será el segundo capitán de la Escuadra de Artesanos; así que el relevo está asegurado», bromea Carlos.
El secreto inconfesable de Carlos García
Algo que pocos saben de Carlos García es lo que sufre, literalmente, en los momentos previos al Primer Viernes de Mayo: «Tengo miedo escénico. El Viernes de Mayo, por la mañana, me escondería debajo de las sábanas. Y sé que no soy el único. Esa mañana no me levantaría de la cama… Es una sensación que tengo desde hace años. Pero una vez que me visto… todo está bien. Todo adelante».

Los peores momentos del Primer Viernes de Mayo
Con una vida entregada, en el sentido más amplio de la palabra, al Primer Viernes de Mayo, Carlos García tiene claro que el trago más amargo llegó en 2019: «Lo peor que me ha pasado es tener que decidir si salía o no el desfile. Fue el último año que llovió. Había que saber si se salía o no. Tuve que quitar un tramo de desfile y pasé una mañana horrible, tirando de teléfono con el alcalde, con el obispo,… Pero al final, la decisión era mía. Y eso es muy complicado, porque hagas lo que hagas, sabes que siempre va a ser malo».
No ha sido el único momento duro que le ha tocado vivir. «De joven tuve años malos, porque perder amigos con 18 o 19 años, y tener que salir, no es fácil. También se pasa mal cuando fallecen cargos de la Hermandad… y esas cosas no se olvidan», confiesa el presidente, que también ha tenido que lidiar con una pandemia que nos cambió la vida a todos.

Ilusionado como el primer día
Ahora, con la perspectiva que da el paso de los años, y después de una vida entregada al Primer Viernes de Mayo, Carlos García asegura sentirse «muy ilusionado» con los cambios que ha experimentado la fiesta. Los avances tecnológicos llegan en esta ocasión con grandes pantallas y con más seguridad que nunca. Es un punto de inflexión detrás del que hay mucho trabajo y mucho esfuerzo -del presidente y del resto de su equipo- que va a llevar al Primer Viernes de Mayo a dar un paso más.
Faltan menos de 48 horas para el Primer Viernes de Mayo. La fiesta no solo tiene que sobrevivir, tiene que crecer. Como no puede ser de otra forma. Carlos García lo tiene claro. No tiene mucho más tiempo para mirar atrás, porque sus obligaciones y su responsabilidad al frente de la Hermandad del Primer Viernes de Mayo exigen a cada momento que dé lo mejor de sí mismo. Aunque este paréntesis para volver la vista atrás le ha arrancado alguna sonrisa y, posiblemente, a punto haya estado de hacerle saltar alguna lágrima.
Por Rebeca Ruiz
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