
La sonrisa de Paul Schneider es especial. Es el testimonio del hombre -antes del sacerdote- que dejó su parroquia de Getafe hace cinco años para compartir su vida con los olvidados en su Misión de Lagarba (Etiopía). Allí, en uno de los países más pobres de África, donde la mitad de la población vive por debajo del umbral de pobreza y el nivel de desnutrición infantil es uno de los más altos del planeta, la sonrisa del carismático Padre Paul, imagen de la campaña del Domund 2022, pone paz en una tierra agotada por las guerras, por la miseria y por el hambre. La misma sonrisa que aquí, en nuestro primer mundo, también transmite esa paz que tanto echamos de menos en una sociedad que cuestiona continuamente sus valores.
Paul Schneider es misionero en Etiopía
Paul Schneider es misionero en Etiopía. Su Misión está en Lagarba y Dhebiti, en una zona montañosa a unos 400 kilómetros de Addis Abeba. Imagen de la campaña del Domund 2022, hace unos días visitaba Jaca. Llegaba a la ciudad para reencontrarse con Mariano Alonso, Coronel Jefe de la Escuela de Montaña y Operaciones Especiales, a quien le une gran amistad desde que ambos coincidieron en aquel país en 2018, donde el Coronel Alonso estuvo destinado ocho meses en el contexto de la Operación Atalanta y tuvo la oportunidad de aproximarse a la realidad de los misioneros españoles en el exterior.

En tierras africanas, en un país donde apenas el 1% de la población es católica frente a la inmensa mayoría musulmana, ambos compartieron conocimiento, vivencias y una experiencia que les marcaría de por vida. Hasta allí había llegado poco antes Schneider, a quien su padre le había inculcado desde pequeño su admiración hacia los ideales de entrega y sacrificio que caracteriza a lo misioneros y que cada vez son menos frecuentes en una cultura cada vez más consumista y narcisista.
Una filosofía que tiene mucho en común la vocación de servicio que hay detrás de la profesión militar y, en concreto, con el espíritu del montañero y del soldado de Operaciones Especiales. «Es algo que une mucho», asegura el jefe de la EMMOE. De ahí que aquel primer contacto entre el Coronel Alonso y el Padre Paul derivara enseguida hacia una profunda relación de amistad, de cariño y de respeto mutuo.
La fascinante historia del Padre Paul
En las últimas semanas, con la estancia del Padre Paul en España, su fascinante historia ha comenzado a hacerse viral y cada vez son más los que se interesan por este carismático misionero cuyo relato bien podría tener como banda sonora la música con la que Ennio Morricone hizo inolvidables las cataratas del Iguazú en 1986.
La parroquia del Padre Paul se encuentra en Lagarba -que significa río del elefante-. Está formada por unas 125 familias católicas dispersas -algunas de las casas se encuentran a más de dos horas de camino- por un territorio hasta hace relativamente poco muy inaccesible, donde solo se podía llegar a pie o en burro. En la misma zona conviven unas 5.000 familias ortodoxas y otras 10.000 musulmanas.
Allí donde no quiere ir nadie
Mientras recorre las calles jacetanas acompañado por su amigo José Luis Cárdenas y el Coronel Mariano Alonso, el misionero madrileño recuerda cómo todo empezó cuando unas misioneras colombianas le invitaron a conocer su labor en las proximidades de la base militar Koulikoro, en Mali, donde España tiene desplegados sus militares desde 2013. «Ahí tuve claro que yo tenía ir de misión a un sitio pobre donde yo podía ayudar», asegura.
«Etiopía es un lugar que está experimentando en los últimos años un crecimiento vertiginoso en infraestructuras y desarrollo, pero que no siempre se corresponde con el crecimiento ‘humano’.
La cultura etíope tiene valores preciosos, pero hay cuestiones que para la cultura europea son obvias y que en zonas como en la que yo vivo son una tarea pendiente, como el respeto a los demás; la libertad de conciencia individual; el valor intrínseco de cada uno más allá de su edad, de su sexo o de su capacidad;… incluso, por encima de todo ello, el hecho de apostar por la educación», explica el sacerdote, que sigue siendo cura de su parroquia de Getafe y que reconoce, con una sonrisa, que tuvo que «rogar» a su obispo para que le dejara salir a África, donde enseguida comprendió que había encontrado su lugar.
Un lugar que él no escogió, pero del que no se quiere marchar. «Yo no elegí la Misión a la que iba. Yo me ofrecí donde más me necesitara la Iglesia, donde no quisiera ir otro». Y ya han pasado seis años.
La labor del Padre Paul Schneider en Lagarba y Dhebiti
El Padre Paul aprendió amárico, la lengua oficial de Etiopía, pero para comunicarse en su zona también ha necesitado comprender un dialecto del oromo, el idioma que utiliza para comunicarse la etnia del mismo nombre. «Como se escribe con caracteres latinos, no lo domino, pero me resulta muy fácil de leer», bromea el cura.
Es una de las menores complicaciones a las que se enfrenta el Padre Paul en su día a día (ESTA CRÓNICA permite hacerse una idea de las condiciones en las que trabaja el misionero). Aunque reconoce que cuestiones como el desconocimiento del idioma, que sigue aprendiendo, le han podido suponer verse en alguna situación comprometida en alguna ocasión, afirma que no tiene miedo. Lógicamente, su percepción es una cosa, pero no hay que olvidar la realidad a la que se enfrenta el cura en cada momento en un país como Etiopía.
Tres años sin ver a un occidental y una pandemia que puso en peligro la vida del Padre Paul
En este sentido, en un lugar montañoso aislado, sin policía ni ninguna fuerza del orden establecida, es la propia comunidad la que tiene que velar por la seguridad de sus miembros. Y en este contexto, y a pesar de que los occidentales «son muy estimados» Etiopía, la propia situación de inestabilidad en el país le ha obligado a tomar precauciones para evitar que su vida se viera amenazada.

«En cierta ocasión en un mercado lejano, una señora mayor escuchó que en Lagarba había un blanco que era el que había traído el virus -en referencia a la pandemia de COVID- y que iban a venir a matarme. Solo fue un rumor, pero en tres meses no salí de la Misión», explica el Padre Paul. En la zona, los que le conocen le llaman ābati (padre), pero los que no se refieren a él como extranjero e, incluso, chino. Así que el desconocimiento, junto a la falta de información acerca de la enfermedad, era un riesgo claro para su vida.
De hecho, como consecuencia de la pandemia y de la reacción de la población local hacia todo lo que se relacionara con el exterior, la presencia de turistas en la zona se ha reducido drásticamente. «En AsebeTeferi, que es la población más importante cercana a nosotros, llevo tres años sin ver a ningún occidental», asegura el Padre Paul.
«Mi parroquia está formada por familias muy buenas a las que acompaño, pero con las que trabajo para que también ellas puedan agradecer la ayuda que llega desde España creciendo en la fe y teniendo pasión por educar a sus hijos -continúa-. Yo también aprendo mucho de ellos. Tienen una vida muy sana y su capacidad de trabajo y fuerza es increíble, a pesar de que la alimentación es insuficiente y la nutrición es pobre, pero no tienen los efectos que el sedentarismo tiene para nosotros. La vida del campo es una vida de lucha».
Oración para apoyar a los misioneros y ayuda para poder construir casas
Con el mismo planteamiento de humildad que le llevó a poner su vida al servicio de los demás hace seis años, el Padre Paul pide «a los que sean creyentes, oración, porque el apoyo espiritual es una fuerza muy importante para los misioneros. Y para la Misión, cualquier ayuda que pueda llegar a través de algún mercadillo solidario, como el que hicieron en un instituto de Albacete al que conmovió la historia de la Misión, cuando la conocieron en ‘Misioneros por el mundo’, o a través de cualquier persona creyente o no que tenga cierta sensibilidad social, será bienvenida, porque ayudará a muchas familias a tener casa».
«Pero, más que pedir una colecta, a veces es más interesante saber dónde va la ayuda y remover conciencias. Yo animaría a todos a conocer la realidad de Etiopía. Se oye hablar mucho de la guerra de Ucrania, pero nadie habla ya de la Guerra de Tigray, que va para dos años». Y así se despide el Padre Paul, llevándose su sonrisa y pensando ya en su viaje de vuelta para acercar la esperanza allí donde no quiere llegar nadie.
Por Rebeca Ruiz
Para colaborar con el Padre Paul Schneider y su Misión de Lagarba:
Titular: MISIÓN ETIOPÍA
IBAN: ES46 0075 1099 1006 0642 5201
BANCO POPULAR – SANTANDER
BIC/SWIFT: POPUESMM

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