Los años pasan deprisa y, como dice la canción «lo nuestro es pasar». Y así es como todos vamos caminando por la vida y pasando, ocupando huecos que otros antes dejaron y abandonándolos después a los que vendrán detrás. Lo que de nosotros, sin embargo, permanecerá será el recuerdo de aquellos que nos conocieron o amaron y también nuestras obras, aquellas en las que pusimos lo mejor de nosotros mismos.
Hoy se cumplen diez años de la muerte de Juan Bautista Topete
Hoy se cumplen diez años de la muerte de Juan Bautista Topete. Su vida ya pasó, pero mientras la ocupó en nuestra tierra jacetana fue creando obras de artista que hoy y en el futuro permanecen y siguen siendo admiradas por su belleza. Como pintor y hombre generoso, dejó a Jaca, en multitud de edificios, su huella de pintor honrado con la realidad, el paisaje pirenaico, la naturaleza y la historia.
Suyos son los frescos de la Iglesia de Santiago o la Ermita de la Victoria; los que adornan el Salón de Ciento del Ayuntamiento, el salón de actos del Casino Unión Jaquesa o la sede de la Hermandad del Primer Viernes de Mayo; la Virgen de las Nieves de la capilla del cuartel de San Bernardo o la magnífica Inmaculada Concepción que preside el altar de la Iglesia de la Ciudadela y también los fondos paisajistas de los dioramas del Museo de Miniaturas Militares.
Jaca a su vez, lo acogió como hijo adoptivo y le honró con el Sueldo Jaqués.
Y hoy, 23 de abril, día en el que otros grandes artistas como Cervantes dejaron su hueco en la vida, como Juan Bautista, quería escribir estas breves líneas para el recuerdo y la admiración.
«Juan Bautista Topete pertenece a esa raza de hombres que, más que vocación, tienen encarnación montañera«
Un amigo suyo escribió, con motivo de su última exposición en la Ciudadela de Jaca en 2011, las siguientes palabras: «Juan Bautista Topete pertenece a esa raza de hombres que, más que vocación, tienen encarnación montañera. Ello explica que nadie como él haya sabido captar la grandiosidad de los inmensos espacios pirenaicos, la majestuosidad de las ciclópeas paredes y picos rocosos, la obligada presencia en esas alturas de la nieve y el hielo, reproducidos con sorprendente verismo, o la serenidad recatada y silente de los ibones, a donde bajan a beber el águila y el quebrantahuesos».
Por Diego Fernández
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