Cada atardecer, desde que empezara el confinamiento por la crisis del coronavirus, los jaqueses abren ventanas y balcones y, durante unos minutos al día, todo cambia, como en el mejor de los finales que pudiera tener un cuento. Son sonidos de esperanza que marcan los acordes de unas vidas (las nuestras, las de todos) que parecen haberse detenido en el tiempo.

Sonidos que se convierten en esperanza para los jaqueses
Los aplausos de agradecimiento de los ciudadanos hacia todos los que les toca vivir este duro trance fuera de sus casas se mezclan con las sirenas de los vehículos de la Policía y de Protección Civil. Un día más. Un día menos. Siempre emocionados. Siempre con fuerza, como si fuera lo único que nos hace recordar que seguimos vivos. Y, como si se tratara de un sueño, la tarde comienza a caer sobre la ciudad regalando a la que fuera la cuna del Reino de Aragón los atardeceres más impresionantes que se pueden imaginar.
Sentimientos encontrados, cada tarde, y la lucha por permanecer fuertes para enfrentar esta dura tesitura que, hace apenas unos meses, ni siquiera hubiéramos podido imaginar. Una batalla que estamos obligados a ganar, por los que se están quedando por el camino. Una prueba que nos asusta, que saca a la luz lo mejor y lo peor de cada uno de nosotros. Y que nos hace (o debería hacernos) más fuertes. Unos con más suerte; otros, con menos. Pero todos con la convicción de que, tarde o temprano, en algún momento, llegará el despertar de la pesadilla; de que terminará de una vez esta macabra jugada del destino.
Los jaqueses aguardan impacientes los sonidos de esperanza cuando dan las ocho en punto
Un día más -un día menos-, la ciudad aguarda impaciente los sonidos de esperanza cuando dan las ocho en punto. Esos que le hagan olvidarse, si es posible y por un momento, del perverso virus, tan real como cruel, que ha entrado en nuestras vidas sin invitación y sin llamar a la puerta. Sin distinciones. Sin piedad. Sin avisar.

Cada tarde, Jaca rompe su silencio y, por unos instantes, los jaqueses se olvidan de la dureza de los días que les está tocando vivir. A veces, con la sensación de que es un espejismo. Pero, hasta esa sensación nos ayuda a vivir y a ser más fuertes. Porque Jaca está triste. Porque las personas enferman y mueren. Porque el verdadero sentimiento ante la maldita pandemia está en el corazón de cada uno y de nadie más. Tan brutal como incomprensible.
El resto del día, la ciudad calla. El silencio se apodera de cada calle, de cada instante, de cada alma. Sólo los aplausos entregados en los balcones cada tarde, a las ocho en punto, nos recuerdan que la ciudad sigue viva. Un día más. Un día menos.
Por Rebeca Ruiz. Imágenes (vídeo y fotos) de Tere Castán.
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