Mariajo Bescós: «Que no me toquen mi Aspe, ni mi Jaca ni mi Oroel»

Mariajo Bescós: "Que no me toquen mi Aspe, ni mi Jaca ni mi Oroel". (FOTO: Rebeca Ruiz)
Mariajo Bescós: «Que no me toquen mi Aspe, ni mi Jaca ni mi Oroel». (FOTO: Rebeca Ruiz)

No podría entenderse el Valle de Aísa sin Mariajo Bescós. Ni Mariajo Bescós se podría entender lejos de su Jacetania. Ella es el alma misma de esta tierra, el espíritu de la montaña, la unión del presente con lo ancestral. Algo de bruja tiene, en el buen sentido de la palabra. Como las de su Esposa natal, y le gusta presumir de ello. «Que no me toquen mi Aspe, ni mi Collarada, ni mi Jaca ni mi Peña Oroel». Y que nadie se atreva. Toda una declaración de intenciones de esta montañesa que deja huella allá por donde pisa. Ella es La Jacetania en sí misma.

De Esposa a Jaca

Ha pasado mucho tiempo desde que Mariajo Bescós comenzó a dejar huella. Sus trabajos llevan su sello. Inconfundible, aunque ya comienzan a salirle imitadores. En realidad, su don (porque lo suyo no se aprende) estuvo ahí siempre. Con un talento innato, impulsó los primeros mercados medievales del Camino de Santiago, a principios de los 90 y después sucumbiría a los hermanos pequeños, los mercados del Primer Viernes de Mayo.

«Siempre he pintado al óleo, desde pequeñita», recuerda, con cariño, evocando los años en la escuela unitaria de su Esposa querido. Es levata de origen y de corazón -su nombre artístico, y con mucho orgullo-. Eran otros tiempos. Tiempos de juegos por las calles del pueblo, donde el verdadero espíritu de la montaña se dejaba sentir en cada rincón. Apenas un puñado de alumnos y su última maestra, «que vive en Jaca y que es un encanto, María Cruz Viu, que nos incentivaba, nos enseñaba francés y potenciaba el arte», recuerda Mariajo Bescós. «Después, bajábamos a Jaca, a las Nacionales, a hacer los exámenes. Pero ella es un encanto. Y aquello era una maravilla», explica. Mientras, su sonrisa deja traslucir cierta nostalgia y no esconde como, por un momento, regresa a aquellos tiempos felices.

Pasaron los años y aquella escuela, aquel milagro del medio rural, y como lamentablemente se ha repetido en las últimas décadas en tantos otros pueblos de España, cerró sus puertas por falta de niños. En invierno, apenas ocho vecinos continúan viviendo de forma permanente en Esposa. Mariajo sigue teniendo allí su casa, donde pasa todo el tiempo que puede. Esposa es su inspiración. El Aspe, su musa. Y allí encuentra la paz que necesita para seguir creando.

«Para mí, el Valle de Aísa es lo más. Es el Aspe y el Estarrún, que son un referente. Y luego, mi Jaca y Oroel, que no me lo toque nadie. Y por supuesto, Iguácel», señala Mariajo Bescós, consciente de su relación con el triángulo mágico y místico que forman San Adrián de Sasabe, Iguácel y Orante. «Primero soy levata, pero también jacetana», dice, con un convencimiento que abruma.

Su labor con los mayores

Mariajo Bescós compagina su pasión por el arte con su trabajo con personas mayores, a través de los talleres de envejecimiento activo del Gobierno de Aragón. En su agenda, figura una veintena de grupos cada semana. A ellos les enseña entrenamiento de la memoria, les dirige su entrenamiento físico -para potenciar el equilibrio, la coordinación o la fuerza- y les enseña danzas para que no se pierdan las raíces de los pueblos. O les organiza talleres de lectura que, confiesa, le resultan muy enriquecedores.

Además, les introduce en las nuevas tecnologías y les enseña a sacar el máximo partido a canales de comunicación y a soportes informáticos con cuyo funcionamiento, de otra manera, les sería muy difícil familiarizarse. Incluso, les enseña trucos de retoque fotográfico para, que puedan recuperar fotos antiguas y luego colorearlas con acuarela, como se hacía antaño. Por supuesto, no podía faltar entre sus alumnos un grupo de restauración y manualidades y otro de escritura con plumilla.

Las brujas y Mariajo Bescós

Con la llegada del COVID, tuvo que dejar de trabajar con los mayores, pero ello le permitió, a través del Plan Remonta, poder disfrutar de una vuelta a los orígenes tan añorada como inesperada. Dirigió la restauración de los pupitres de su querida escuela y de la puerta de la Iglesia de San Bartolomé. Un templo que siempre ha quedado un poco al margen del Obispado de Jaca porque cuenta con la representación de una diabla en el altar mayor, que «siempre estuvo ahí» y que también le sirvió de inspiración para sus historias. Porque Mariajo Bescós también es cuentera. Y, más concretamente, se rindió hace tiempo al kamishibai, una forma de contar cuentos que tiene su origen en el siglo XII, en los templos budistas japoneses, donde la ilustración juega un papel fundamental.

La diabla de Esposa, el diablo de Villanúa,… Sus orígenes. Tierra de brujas. En las casas de antes de Esposa, no había espantabrujas. Por algo sería. «Y además, mi madre era de Acín. Iguácel lo llevo en vena», asegura. Cree en las energías e «influencia brujil», como ella dice, no le falta.

Recuerda esta levata en los cuentos que escribe uno de los últimos juicios de brujas que se hicieron en Esposa, el de Chuana de Aznárez, pero en una versión muy particular y sacando el lado bueno de la supuesta bruja que tuvo que dejar atrás el valle de sus ojos. Con Reyes Jiménez y su violín llevan sus singulares de historias de brujas por todas partes.

La letra de Mariajo Bescós

Es su escritura, sin embargo, la faceta más conocida de la artista. «Mi letra está en todos los bares -bromea-. Las letras son lo que más me motiva». Aunque parezca una simpática forma de hablar, lo cierto es que, hoy por hoy, en las principales instituciones jacetanas y en toda casa de jacetano que se precie de serlo no falta algún detalle que haya salido de las manos de Mariajo Bescós.

Por ejemplo, sus maderitas con motivos navideños ya colgaron de muchos árboles el pasado año. Este invierno se prestaba a hacer una versión románica y nevada. Y de ahí nació una colección muy especial, con la Catedral de Jaca, San Pedro de Siresa, San Adrián de Sasabe o la Ermita de Iguácel. Solo se pueden encontrar en Prado, en Jaca.

Lo mejor de todo es que ella disfruta haciéndolo. Y esa pasión, ese darlo todo, se refleja en cada trabajo que, como resultado, se convierte en una pieza única y casi mágica. Para ella su Esposa, su montaña y su nieve es lo más. «Y la flor de nieve, que es mi debilidad», confiesa.

Trabajos irrepetibles

De ella es el cuadro de los caídos de la Escuela Militar de Montaña y Operaciones Especiales de Jaca. Los títulos de Hijo Predilecto de Jaca o Sueldo Jaqués salieron de su pluma. También restauró el estandarte y el paso de la Cofradía de la Entrada de Jesús en Jerusalén (La Burreta), vinculada a los Escolapios.

Ella es la autora de los diplomas de 40 años que, en piel, y hasta hace unos años, la Hermandad del Primer Viernes de Mayo entregaba a sus escuadristas. Suyos son también algunos logos, como el de la Trespirenaica de Ojos Pirenaicos, que no es más que el reflejo de lo que ella veía desde pequeña desde su ventana: el Aspe, la Liena del Bozo y la Liena de la Garganta. Una imagen que tiene pintada «en todas las estaciones y todas las maneras posibles». Su «ejercicio» de siempre, dice. Y tres picos que han marcado su vida en todos los sentidos: «Oroel, Collarada y mi Aspe, no me lo quita nadie», añade. De hecho, cuando va a iluminar sus pergaminos, nunca falta el Aspe y la flor de nieve.

Mariajo Bescós es una de las pocas artistas que continúa trabajando con piel de cabra auténtica. Cada vez es más difícil encontrar obras de arte de este tipo, por las complicaciones que entraña este método y por lo que se encarece el proceso. Por eso, su recorrido en busca de las mejores pieles no ha tenido descanso: Binéfar, Valencia, Toledo, Estella,… curtidores escogidos con mucho mimo para conseguir el mejor resultado. Algo que no se paga con todo el oro del mundo. Porque, hablando de oro, no hay que olvidar que ilumina sus pergaminos con oro auténtico de 22 kilates. Si a ello se suma el tiempo y el talento, es incalculable el valor de cada uno de estos objetos. Realizarlos es un verdadero ritual: no hay cabida para el error. Exige la concentración máxima, una tranquilidad absoluta y la paz que solo puede ofrecer Esposa.

Entre todos los pergaminos que han realizado -que son muchos-, y aunque le supone un verdadero esfuerzo elegir su preferido, destaca, por su valor sentimental y por su significado para la ciudad de Jaca, el de Pedro Monserrat con motivo de su distinción con el Sueldo Jaqués. «En la greca aparece el Capitel de los Músicos, que le encantaba; con la flor de nieve. Y también está Oroel y la rosa chacetana, que él descubrió», explica.

Las fofuchas de Mariajo Bescós

Si a estas alturas de la entrevista pareciera que ya habíamos hablado de todo, Mariajo Bescós no deja de sorprender. Habíamos olvidado sus maravillosas fofuchas (durante algún tiempo, se convirtieron en objeto de deseo como símbolo de los Festivales de Jaca o de la Semana Santa). Y sus diaplerons royos (duendes rojos) del Aspe. Toda una revelación.

«Son diaplerons traviesos. En noviembre los empezamos a mandar a las casas y se van cada día a decirle a los Reyes Magos cómo se portan los niños. Cuando están aburridos, enredan todo. Te quitan un juguete o te revuelven la habitación. Bajan por Casa Chuana, que es la mía, y desde allí salen para todos los lados. Luego, se les pone nombre», explica. Unos 30 de estos duendecillos suelen salir de su casa por Navidad.

La jota y los gaiters

Vocación, paciencia y talento. Mucho talento en versión original, y no solo en sus manos. Mariajo Bescós ama la fabla, la jota -se define como «bailadora reconvertida»– y la gaita. Fue pionera con el Grupo de Jota Uruel cuando unos cuantos «locos» se rindieron al folk. Hoy, sigue recorriendo y preservando hogueras y otras tradiciones con los Gaiters de Chaca en Orante, Guasillo, Castiello y muchas más.

Otra faceta que forma parte de la apasionante vida de esta mujer que es Jacetania en sí misma y en el sentido más amplio de la palabra. Una mujer que desborda, en todos los sentidos, de la que me despido con la sensación de que todavía le queda mucho por decir. Porque ella lleva dentro Aragón y la montaña. Pero, sobre todo, Esposa, el Valle de Aísa y Jaca y la cultura de sus ancestros. Que nadie se lo toque.

El Aspe… con toda naturalidad

El pico Aspe, también conocido como Garganta de Aísa o Punta Esper, es una de las mejores tarjetas de visita de los Valles Occidentales. Ubicado entre la zona de Somport y la parte alta del Valle de Aísa, presenta 2.645 metros de altitud, lo que condiciona su flora y su fauna, muy características de los paisajes de alta montaña y con especies endémicas y exclusivas.

El Parque Natural de los Valles Occidentales (declarado en 2006), en La Jacetania, comprende los términos municipales de Aísa, Ansó, Aragüés del puerto, Borau y el Valle de Hecho, a través de una superficie de más de 27.000 hectáreas.

Algunas de sus señas de identidad son:

  • Su flora y su riqueza natural. Los Valles Occidentales y, por ende, el entorno del Aspe, suponen la mejor representación en Aragón de bosques de frondosas y mixtos de carácter eurosiberiano, destacando los hayedos y abetales.
  • Su fauna. En este paraje singular, se puede contemplar una amplia representación de fauna característica del bosque maduro y de ambientes subalpinos, destacando el oso, el quebrantahuesos y los pícidos.
  • Sus curiosidades. En el Parque Natural de los Valles Occidentales están catalogadas más de 1.200 especies animales, de las cuales 232 son consideradas raras. Además, siete de ellas son endémicas; es decir, únicas de este territorio. Por ejemplo, algunos tipos de mariposas (plebejus pyrenaica), colópteros muy escasos (rosalia alpina) o la lagartija pirenaica (Lacerta bonnali).

Por Rebeca Ruiz

ÚLTIMAS NOTICIAS: