La ganadería medieval en el Pirineo: la ganadería lo era todo

La ganadería lo fue todo en el Pirineo durante siglos, y la violencia en la cultura ganadera ha quedado patente en documentos y pacerías con los que se organizaba la sociedad de otras épocas. Por Javier Lázaro.

La ganadería lo era todo en el Pirineo. Rebaño en el puerto de Somport.
La ganadería lo era todo en el Pirineo. Rebaño en el puerto de Somport.

Los conflictos con la ganadería

Durante muchos siglos, la ganadería fue la base del sustento de la mayoría de los habitantes de los valles pirenaicos, y por lo tanto sus animales el bien más preciado, alrededor del cual giraba su vida.

Por sus propias características, la actividad de la ganadería ha sido siempre causa de innumerables conflictos provocados por el incumplimiento de las normas que cada rebaño tenía que respetar para no perjudicar a los intereses ajenos. Los incumplimientos podían ser de muchos tipos y por tanto constituían una fuente permanente de tensiones en la vida de la comunidad.

En la Edad Media, y en algunos casos, hasta siglos muy posteriores, al no disponer de una autoridad de control de estas infracciones, se utilizaron formas de resolución adoptadas por los afectados directamente y sus comunidades en su propio territorio.

El problema a evitar era el de las represalias violentas e incontroladas. Para tratar de minimizar estos conflictos se acordaban las normas a seguir, las penas a aplicar que, aunque en ocasiones fuesen violentas, eran aceptadas e incluso recogidas en las compilaciones de leyes, usos y costumbres, como el caso del Vidal Mayor, de vigencia en Aragón.

La violencia en la cultura ganadera

Los conflictos, por pequeños que fueran, provocaban una reacción de represalia y por tanto la posibilidad de su prolongación en el tiempo. Para los afectados y la comunidad era muy importante alcanzar una resolución rápida que cerrara el conflicto. Una rapidez que no se podía esperar de los tribunales de justicia existentes, que por ejemplo, en el caso de Aragón los fueros -por garantistas- permitían diversas alegaciones y revisiones que implicaban alargar esa conclusión.

Las pacerías

 Una de estas formas autónomas de resolución eran las llamadas pacerías o patzerias (en bearnés). La pacería era un acuerdo entre las partes enfrentadas. Establecía las normas a seguir y detallaba los tipos de infracciones más frecuentes y sus correspondientes castigos. Tenían como objetivo evitar las hostilidades y encontrar un acuerdo que garantizase el normal ejercicio de su actividad fundamental. Parece que quizás el origen de su nombre haga referencia a hacer la paz.

El contenido de cada acuerdo de pacería quedaba registrado en un documento, del que cada una de las partes guardaba cuidadosamente una copia, para su uso cuando fuese necesario.

El tipo de infracciones y de los castigos que se asignan a las mismas nos muestran, por un lado, el grado de necesidad de los ganaderos de proteger la normal actividad de sus rebaños. Y por otro, el nivel de la violencia persistente en una sociedad con un grado de organización y regulación todavía limitado. No es una violencia gratuita, sino que es entendida como necesaria para tratar de pacificar la vida de la comunidad y garantizar su supervivencia.

Los castigos para salvaguardar la ganadería

En esta imagen, el castigo es el sacrificio de un cordero. Pero en cualquier fuero medieval, de los que afectaban a los valles aragoneses o bearneses, nos encontramos castigos mucho más duros. En función del daño producido, el castigo que se asignaba podía ser una sanción económica -en dinero o en especie (número de animales a entregar)- o física.

El rey aprobando el sacrificio de un cordero (carnerar) como castigo al infractor. Vidal Mayor.
El rey aprobando el sacrificio de un cordero (carnerar) como castigo al infractor. Vidal Mayor.

Por ejemplo, en una pacería entre el valle bearnés de Ossau y el aragonés de Tena de 1328 se fija de la siguiente forma la compensación que el infractor debe de pagar al ofendido o a sus herederos:

 «Por una muerte el asesino ha de pagar 900 sueldos de Morlaás en dos plazos a pagar el 1 de mayo de cada año (…) El que corte un brazo o un pie, una mano, oreja, nariz, saque un ojo pagará 450 sueldos de Morlaás, si son varias las mutilaciones solo la primera costará 450 sueldos, las otras solo 200 sueldos por cada una, herida con cuchilla 100 sueldos. En el caso de un intento de robo, las lesiones al ladrón se consideraban legítima defensa y no tendran castigo alguno (…)»

En otros casos, se detalla con todo tipo de detalle la autorización para responder al daño sufrido con el carnal (sacrificio) de ganado ajeno. E incluso, con el robo de un número determinado de cabezas del mismo.

La utilización de esta violencia directa nos habla de la gravedad del daño para el afectado, de la inexistencia de una autoridad de control de las infracciones, y de la necesidad de una resolución rápida. Todo ello con el objetivo de salvaguardar el bien más preciado en estas montañas: el ganado.

Por Javier Lázaro

ÚLTIMAS NOTICIAS: