
por Rebeca Ruiz
Habitualmente, y la mayor parte de las veces, con bastante criterio, nos hemos encontrado con que en vísperas de elecciones o en campaña electoral comienza una vorágine de inauguraciones y de actos pro-candidatos más o menos justificados para que no pase el tren del momento de gloria de unos u otros. Casi acostumbrados estamos, como digo, a este tipo de cuestiones que más tienen que ver con el márketing que con el sentido común. Y es que el engordamiento del ego debería incluirse como el octavo pecado capital, ya que en su nombre, y no en otro (como la necesidad, se me puede ocurrir), se han dado numerosos casos de corte de cinta, foto estupenda, recogida del paripé y vuelta al trabajo que no ha sido terminado y que, con un poco de suerte, contará con otra inauguración el día en que pueda ser abierto al público, su verdadera función (ésta del servicio público), aunque a veces se nos pueda olvidar.
Pero el caso que nos ocupa es otro. Advierto sorprendida que se aceleran los trabajos de la A23. Sin conocer los detalles, comienza a llenarse la zona de maquinaria de todo tipo, se multiplican los operarios y vuelven (¡oh, no, otra vez!) los atascos, retenciones e inoportunos cortes de tráfico, por supuesto, sin aviso previo. Bueno, pienso, hay que mirarlo por la parte buena.
Claro, es más un ejercicio de fe que una actitud, ya que la peligrosidad de la zona es extrema desde hace casi medio año (desde que se produjo el derrumbamiento de la ladera entre Nueno y Arguis, el casi recién estrenado tramo de autovía se convirtió en un carril de subida y otro de bajada, estrecho, sin arcén y de elevado riesgo, sobre todo teniendo en cuenta el tráfico que soporta esta vía).
Sigo reflexionando de buena fe. No se puede hacer de otra manera. Seguro. Los expertos lo hacen así porque no queda más remedio. Y si hay que soportar unas semanas de incómodas medidas para los usuarios, qué le vamos a hacer… En el fondo, es por nuestro bien. Son sólo unas semanas… unos meses… ¿unos años?
El caso es que hoy, después de de medio año, los usuarios de la carretera que une Jaca con Huesca nos volvemos a ver sometidos a paradas intermitentes, atascos, incomodidades varias y momentos de verdadero riesgo. La última novedad, cortes y paradas a las diez de la noche, en total oscuridad, en tramos de un solo carril y sin arcén, con circulación alternativa y con obreros y maquinaria en la calzada. Vamos, todo un despropósito. De repente, ahora, llegan las prisas. Y habrá quien me diga que es para evitar que esta situación se dé en invierno, cuando lleguen las nevadas. Que llegarán.
Pues señores, el invierno, que se sepa, no ha dejado de llegar ningún año. Y es algo que se sabía hace tres meses, o cinco, al igual que hace una semana. ¿Y de verdad se nos puede convencer de que no había otra forma de hacerlo, más que de noche y poniendo en riesgo la integridad de trabajadores y usuarios? Se llama planificación. Se llama ejercicio de responsabilidad.
Algo se me escapa. Quizá sea cuestión de plazos, o de presupuesto, o de otros intereses. Porque, viendo el panorama, se puede suponer que se puede llegar a tiempo para la foto antes de las próximas elecciones (les recuerdo que ésta es la campaña más larga de la historia de este país –y lo que nos queda-), seguramente, sin necesidad de aumentar gratuitamente el riesgo de una obra que, ya de por sí, por sus características, entraña numerosos peligros. Y por cierto, eso de un carril de subida y otro de bajada como “solución” a los desprendimientos del punto kilométrico 377 de la A23 era “provisional” en marzo. Comenzamos septiembre. Que no pase nada.