Carlos Rufas, 18 años ayudando a los más desfavorecidos en Perú

El serrablés Carlos Rufas, «un laico comprometido», como él mismo se define, lleva cerca de dos décadas ayudando a los más desfavorecidos en Perú. Cada año, desde que cumplió la mayoría de edad, Rufas emplea sus vacaciones y sus recursos para acudir fiel a su cita con los más pobres. Hace unas semanas regresaba de su último viaje, la continuidad del trabajo desarrollado ininterrumpidamente cada otoño desde 2002.

Carlos Rufas (FOTO: Rebeca Ruiz)

«Mi función allí es siempre la misma, de continuidad, porque no hay que abarcar mucho, sino saber mantener pequeños proyectos», explica Carlos Rufas. Unos proyectos que, en aquel lugar, en cambio, suponen grandes mejoras en la calidad de vida de sus habitantes.

Compromiso vs turismo solidario

En este sentido, hay que diferenciar lo que es un compromiso, que es el gran vínculo que hoy en día une a Carlos Rufas con Perú, con el «turismo solidario». Considera que ir cada año a un sitio no tiene el mismo resultado, ya que los primeros años hay que aprender y el que llega de nuevas a un lugar necesita ser asesorado e, incluso, protegido. Toda la ayuda es buena, pero si es continuada en el tiempo, es mucho más fructífera: «Los proyectos que se inician hay que mantenerlos en el tiempo», señala.

De la mano de la Fundación Juan Bonal (vinculada a las Hermanas de la Caridad de Santa Ana), la labor del voluntario serrablés se centra en colaborar con un comedor popular en las favelas de los cerros de Lima. Allí no sólo se ofrece comida, sino también apoyo familiar y escolar a niños y adolescentes de esta zona deprimida y machacada por la pobreza.

Apadrinamientos y colaboraciones para mantener proyectos en el tiempo

Rufas trabaja para lograr apadrinamientos y colaboraciones para mantener este comedor popular. Y a lo largo del resto del año, desde Sabiñánigo, envía medicinas y material ortopédico para las postas médicas que la orden hospitalaria San Juan de Dios tiene en la Amazonia peruana. Lo hace de diferentes formas: a través de fundaciones o organizaciones no gubernamentales o mediante personas que, a nivel particular apoyan su causa.

El voluntario serrablés trabaja en el albergue que la Asociación de Disminuidos Físicos de Aragón tiene en Pirenarium, en Sabiñánigo. Todos sus viajes son autofinanciados. Ello supone «privarte de determinadas cosas materiales durante todo el año, para poderte financiar el viaje; y tener consciencia de que dedicas a ello todo tu tiempo de ocio», algo que hace, mucho más meritoria, si cabe, su labor y entrega hacia los más desfavorecidos. Cada viaje, le supone en torno a 2.000 euros; la mayor parte de los cuales se invierten en desplazamientos. Un esfuerzo muy importante fruto de una gran planificación que se desarrolla durante meses.

Aunque el trabajo más intenso se desarrolla en Perú durante un mes, a lo largo de todo el año hay que conseguir apadrinamientos, colaboraciones y subvenciones para ir cumpliendo objetivos. Rufas es totalmente exquisito y transparente con los donativos que maneja, y recuerda que siempre queda reflejado con un recibo que permite deducir fiscalmente la aportación que recibe: «Hay muchas personas anónimas que me ayudan, y quiero agradecer la constancia de la gente que mantiene los apadrinamientos, a pesar de la crisis, y de la farmacia Serra Yoldi y Opticalia Sabiñánigo».

La primera vez que Carlos Rufas viajó a Perú tenía 19 años

La primera vez que Carlos Rufas se planteó comprometerse con una labor de voluntariado que ya alcanza la mayoría de edad fue «muy motivado por la labor que realizaba en Bolivia Miguel Domec, entonces párroco en Sabiñánigo, y amigo». Colaborando, igualmente, con la Fundación Juan Bonal, aquel joven de 19 años se aventuró a vivir esta experiencia que aún hoy continúa. Entonces, recuerda, «ni siquiera había montado en avión; yo no sabía qué iba a hacer allí, sólo sabía que iba dispuesto a ayudar».

Con una enfermedad cardíaca incurable y degenerativa, Carlos Rufas tenía claro que podía hacer algo por los demás, y tampoco se frenó por la oposición médica ni de su familia, que entonces pensaba que «era una ocurrencia». Lo que ellos no sabían es que aquel primer viaje era fruto de una «reflexión muy profunda y bajo unos valores cristianos, que es lo que ha hecho que nunca haya tenido miedo; soy consciente de que si me pasa algo por ahí, los medios no son los mismos que hay aquí». Pero eso no es impedimento para que hoy, casi dos décadas después, cada mes de noviembre, Perú continúe en la agenda del voluntario serrablés.

Desde hace cinco años, trabaja con los presos españoles en las cárceles de Lima

Además, desde hace cinco años, durante su estancia anual en Perú, Carlos Rufas se dedica a recorrer las cárceles peruanas donde se encuentran españoles presos en Lima. «Me centro, sobre todo, en mujeres que tienen hijos con ellas dentro de prisión», asegura. «El simple hecho de que te visite y se interese por ti alguien de tu país es algo muy importante para estas personas», explica Rufas, que además les ayuda en la medida de sus posibilidades «con trámites jurídicos y administrativos, sirviendo además de puente entre ellos y las familias». «Una tarea que me lleva bastante trabajo y mucho tiempo», añade.

Esta última faceta de la labor humanitaria de Carlos Rufas es muy difícil, ya que el sistema penitenciario peruano dista mucho del español: «Aquí, se apuesta por la reinsercción de las personas; pero allí hay que luchar todos los días para conseguir unos derechos básicos, como la asistencia jurídica, la alimentación o la atención médica».

200 presos españoles en las cárceles de Lima

Unos 200 presos se encuentran dispersos en las diferentes cárceles que recorre Rufas en la zona de Lima. Perú es el país de Latinoamérica que más presos españoles concentra, recuerda, la mayoría de ellos por pequeños delitos relacionados con las drogas: «El perfil mayoritario suele responder a personas procedentes de familias desestructuradas; padres o madres solteros y jóvenes, o personas que se han quedado en paro». La media de edad no supera los 25 años.

«Para mí, ha sido un paso muy complicado, porque mi propia familia ha sufrido las consecuencias del mundo de la droga; cuando se me invitó a ayudar a gente vinculada a ese mundo también requirió una profunda reflexión. Pero la misión no está donde nosotros queremos, sino donde se nos necesita», explica convencido Rufas.

Dar a conocer la situación de otros países y la labor de las personas que trabajan por los más pobres

Por último, una parte muy importante del proyecto es «dar a conocer lo que está pasando en otros sitios y la tarea que realizan muchas personas» en los lugares más desfavorecidos del mundo, por lo que en ocasiones también ha contado su experiencia en centros educativos. Asimismo, insiste en la necesidad de dar a conocer la problemática de los presos en Latinoamérica para evitar que jóvenes puedan llegar a caer en los mismos errores que han llevado hoy a estar entre rejas en Perú.

A pesar de todo, la experiencia, para Carlos Rufas es «muy positiva, y la realidad es que, cuando regresas, la reflexión es que nos quejamos por tonterías: yo me siento agradecido porque cuando tienes que ir al médico, vas, y te atiende; y cuando necesitas agua, abres el grifo y la tienes…» Algo muy básico que, sin embargo, no está al alcance de todos en otras partes del mundo.

Por Rebeca Ruiz

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