Un año más se ha celebrado, tanto en Biescas como en Zaragoza, la fiesta del 7 de febrero en la que se hace referencia a un acontecimiento ocurrido en este pueblo hace ya muchos años: la victoria de los de Biescas tras la invasión de los hugonotes franceses en 1592.

La celebración del 7 de febrero
En Zaragoza es ya una tradición que se mantuvo incluso, aunque de manera restringida, durante la pandemia. El hecho es que Fernando Sánchez, gran impulsor y colaborador de los pelaires que nos encontramos en la capital, se encarga todos los años de organizarlo. Comienza el acto con la misa a las 7 de la tarde en la iglesia de San Blas, en la calle Jaime, muy cerca del Pilar y, a continuación, nos desplazamos a cenar todos juntos, mientras comentamos muchas cosas de nuestra tierra. Los últimos años ha sido en el restaurante Bula.





La victoria de los de Biescas tras la invasión de los hugonotes franceses
La razón de esta reunión es conmemorar un acontecimiento ocurrido en nuestra tierra en 1592: la victoria de los de Biescas tras la invasión de los hugonotes franceses. De todas formas, la fecha no es la apropiada. El 7 de febrero los franceses, que habían entrado por Portalet, se aposentaron en la ermita de Santa Elena y a continuación dominaron la villa de Biescas. Tras la organización de los nuestros, el rechazo de los hugonotes tuvo lugar unos días después, el 19. La batalla final tuvo lugar en el lugar que desde entonces se llama Barranco de los Luteranos, en el camino antiguo de Biescas a la ermita de Santa Elena.
Una explicación detallada de los hechos se puede encontrar en mi libro La ermita de Santa Elena de Biescas, que reproduzco a continuación.
La invasión de los hugonotes
El invierno de 1592 fue muy peligroso para el templo de Santa Elena. Entre el 6 y 7 de febrero llegaron allí unos reformadores galos procedentes del Bearn. Eran hugonotes, protestantes franceses que habían pasado por el Portalet desafiando el frío y las nieves. El luteranismo había encontrado en Francia adeptos desde el principio (1520), especialmente entre los humanistas. Pero bajo la influencia de Calvino comenzó a ceder paso al protestantismo reformado que penetraba en el país desde Ginebra. Los calvinistas franceses recibieron el nombre de hugonotes.
Entre los años 1562 y 1598, Francia sufrió una sangrienta guerra religiosa, entre católicos y hugonotes. Fueron destruidas numerosas iglesias y obras de arte eclesiástico; hubo mucha violencia y muertes en ambas partes. Organizaron campañas contra el culto de la Virgen, de los santos y las más arraigadas devociones del cristianismo. En su lucha con los católicos bearneses habían incendiado iglesias y archivos apoderándose de tesoros sagrados y persiguiendo a sacerdotes y fieles.
Felipe II y Antonio Pérez
Antonio Pérez, polémico secretario de Felipe II allá huido en 1591, se había aliado con ellos buscando así la ocasión propicia para invadir España ebrio de venganza. Antonio Pérez había sido secretario de Estado para asuntos del exterior desde 1556 en la corte del rey de España, pero sus ideas liberales le llevaron primero a la prisión de la que logró huir, fue condenado posteriormente como hereje por la Inquisición y después exiliado en Francia, donde fue acogido en Bearn por la princesa Catalina, hermana de Enrique de Borbón, después Enrique IV, rey de Francia.
Su principal ocupación en ese tiempo fue preparar una invasión a Aragón, que realizó entrando por el Portalet en la cabecera del río Gállego. Se mezclaban así motivos religiosos pero sobre todo políticos. En la invasión a nuestro país contaron con la colaboración del señor de Biescas, Martín de Lanuza, y encontraron la primera oposición en el castillo de Santa Elena, que fue vencida muy fácilmente poniendo en fuga a la guarnición. A continuación tomaron Biescas.

Cruz hugonote utilizada entre los siglos XVII y XVIII. Actualmente es el emblema de la Iglesia Reformada de Francia.
La llegada a Biescas
El historiador Modesto Lafuente lo contaba a mediados del siglo XIX del siguiente modo: «En febrero de 1592, Antonio Pérez y sus amigos, habiendo conseguido que la princesa Catalina les ayudase con algunos capitanes y gente de guerra, hicieron una entrada en Aragón por uno de los valles del Pirineo y llegaron hasta la villa de Biescas, pero acometidos por la gente de Huesca y Jaca y por Alfonso de Vargas con una parte de su ejército, fueron rechazados y obligados a volverse a Bearn con gran pérdida. Allí fueron cogidos algunos de los amigos de Pérez y ajusticiados después en Zaragoza».
El invierno era muy crudo. Los pueblos tensinos estaban semivacíos de gente mayor. La gran parte de los hombres hábiles se encontraban en la ribera aragonesa cuidando sus ganados que eran cuantiosos, pues una estadística del tiempo da 100.000 cabezas del valle. Ante este desamparo la resistencia fue débil y breve. Pero mejor que nosotros dirá lo que entonces sucedió un testigo excepcional, el P. Vincencio Blasco de Lanuza (1563-1625), natural de Sallent que en aquellos aciagos días era seminarista y sería después canónigo de Jaca y de La Seo de Zaragoza además de calificador de la Inquisición y futuro historiador de la Iglesia.
Se apoderaron de la villa de Biescas el 9 de febrero
«Los luteranos no echaron mano de las iglesias del valle ni hicieron daño en ellas, aunque tenían intención de hacerlo, si el tiempo les diese lugar, y robar cuanto hallasen, así lo sagrado como lo profano. Pero se desvergonzaron los primeros días, porque los capitanes les habían dado orden que en ninguna manera lo hiciesen. Principalmente porque entendieron que lo más y mejor de las iglesias estaba a salvo. A más que les pareció que aquello estaba muy seguro para cuando determinasen robarlo. (…) Venida la gente bisoña al mando de F. Abarca, señor de Gabín, y de Jerónimo de Heredia. Se habían resistido en el estrecho de Santa Elena, entraron esta iglesia, donde pusieron muy buena guardia y continuaron a Biescas.
(…) Tras breve resistencia se apoderaron de la villa el día 9 de febrero, domingo de Carnes tolendas, haciendo grandes males así en casas como en las dos iglesias parroquiales y en la de Santa Elena, profanándolas y robándolas, aunque no tan reposadamente como se lo habían persuadido (…). En el santuario quitaron todas las tablas de los milagros que pudieron hallar, porque eran luteranos». Eran tablas antiguas con pinturas de milagros y letreros que los explicaban.
Los ataques al busto de Santa Elena
«El día 19 de febrero, don Alonso Bargas saliendo de Senegüé los atacó. Con gran prisa abandonaron Biescas huyendo a Santa Elena donde intentaron rehacerse un poco al amparo de la fuerte guardia que allí había. Pero no tuvieron tiempo; carpetados por las huestes de Bargas y por los naturales que se descolgaban de los altos nevados, partieron hacia Francia sin darles reposo alguno. (…) Y aunque procuraron quemar las tablas o arrojarlas no pudieron, y se hallaron después».
Entonces sería cuando el busto de la santa, de madera policromada, perdería las manos y la cruz sufriendo otros desperfectos en la corona imperial y en los dorados. Atacados por los de Biescas y sus colaboradores y entumecidos por el frío y las nieves nada pudieron llevarse consigo o destruir, ni las pinturas ni la imagen. De las tablas historiadas parece que alguna se conservaba en los tiempos del P. Faci (1739); hoy ya no existen.
Todavía se recuerda el lugar de la refriega en el camino antiguo de Biescas a la ermita, O barranco d’os Luterians
Todavía se recuerda el lugar de la refriega en el camino antiguo de Biescas a la ermita, O barranco d’os Luterians. En realidad el nombre no es muy correcto, ya que la batalla fue contra los hugonotes que eran calvinistas, no luteranos, aunque también esos tuvieron su origen en las teorías reformadoras de Martín Lutero, pero en esos años todos los protestantes llevaban en nuestro país el nombre de luteranos.
La tradición oral recuerda que la refriega fue muy cruenta y que hasta las mujeres de Biescas lucharon con gran valentía. Si hemos de hacer caso a las crónicas, el barranco y hasta el río Gállego se tiñó de rojo por la sangre derramada en la batalla. Rechazados por esta vez los franceses, se estableció la paz en la ermita y en la tierra de Biescas, pero no sería de manera definitiva.
Por Pedro Estaún, sacerdote de Biescas
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