La existencia de la ganadería en el Pirineo, en concreto, en los valles de La Jacetania y el Alto Gállego, está documentada desde hace más de 7.000 años. Y surgió con unas singularidades marcadas por el propio territorio.

La ganadería y la cultura pirenaicas
En el transcurso de la vida de la humanidad, a lo largo de los miles de años de su historia los hombres fueron formando agrupaciones, tribus, clanes… Unas comunidades que, para poder subsistir, alimentar a su prole y desarrollarse tuvieron que irse adaptando a las diferentes circunstancias con las que se encontraban.
En todo ese largo proceso se iban generando conocimientos y costumbres que al irse acumulando se convertían en lo que hemos dado en llamar cultura. Las diferentes circunstancias y condiciones a las que tenían que hacer frente les generaban unas culturas específicas. Unas culturas que aun siendo diferentes entre sí, presentaban rasgos parecidos o muy diferenciados, según esas circunstancias.
Del nomadeo a la revolución neolítica
Hace aproximadamente 7.000 / 10.000 años se produjo el que ha sido considerado como el cambio más revolucionario para la vida de la humanidad, el comienzo del periodo Neolítico. Hasta ese momento, las comunidades humanas practicaban el nomadeo. Es decir, un desplazamiento continuo en busca de agua, plantas silvestres y de caza, como la única forma de garantizar su alimentación y supervivencia.
La revolución neolítica se produjo cuando esas comunidades aprendieron a cultivar las plantas y a domesticar a algunos animales. El nuevo conocimiento les permitió adoptar de forma progresiva un modo de vida sedentario. Este establecimiento de sus comunidades en una localización concreta cambió radicalmente su forma de vida y generó el progresivo desarrollo de las culturas agrícola y ganadera.
Las singularidades de La Jacetania y el Alto Gállego
Naturalmente, este cambio no se produjo de forma simultánea en todos los lugares, sino que fue propagándose de uno a otro en el espacio y en el tiempo. En el caso del Pirineo, y más en concreto en los valles de La Jacetania y del Alto Gállego, las condiciones físicas del territorio favorecían el asentamiento de comunidades dedicadas a la explotación ganadera, mientras que las posibilidades de las explotaciones agrícolas prácticamente quedaban reducidas la obtención de productos para el autoconsumo.
El territorio hacia así de la ganadería el sustento fundamental para la vida de esas comunidades. Una actividad ganadera que se enfrentaba a muchas dificultades. Por un lado, había que conseguir alimentar a sus rebaños durante todo el año y por otro resolver los conflictos que se generaban por la necesidad de disponer de más pastos para unas cabañas ganaderas crecientes.
Más de 7.000 años de cultura ganadera
Los datos arqueológicos de los que se dispone hasta el momento nos indican que la ganadería en la zona pirenaica, en las dos vertientes, estaba presente al menos hace ya 7.000 años.
Esto significa que las prácticas ganaderas que nosotros conocemos son el resultado de la acumulación de la experiencia y de los conocimientos adquiridos progresivamente por cientos de generaciones ganaderas. La transmisión de esos conocimientos a las siguientes generaciones fueron dando lugar a una cultura ganadera, que a veces usaba una violencia que, desde un punto de vista actual, nos parece difícil de comprender.
En nuestro caso, esa cultura ganadera que en lo fundamental era común a las comunidades de todos los valles: Ansó, Hecho, Aragués, Aisa, Aragón y Tena en la vertiente aragonesa; y Baretous, Aspe y Ossau en la bearnesa, pero que que en cada uno de ellos presentaba elementos propios.
Por Javier Lázaro

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