Distintas poblaciones situadas a ambos lados de los Pirineos celebran cada año una ceremonia de reconocimiento de las mugas, los hitos que marcan la frontera entre España y Francia. No te pierdas este artículo de Javier Lázaro, que arroja luz sobre los hechos históricos que dieron pie a este ritual que se repite cada mes de agosto.
El reconocimiento de las mugas
Cada año, en un día del mes de agosto, toda una serie de poblaciones pirenaicas de ambos lados del Pirineo celebran una ceremonia de reconocimiento de las mugas, los hitos que marcan la frontera entre los dos estados- y en la que se comprueba que no han sufrido modificaciones a lo largo de los últimos 12 meses.

Evidentemente, esta comprobación tiene su origen y fundamento en que, antiguamente y en algunas ocasiones, se alteraban las posiciones de los mojones de separación de las zonas de pasto que tenían que respetar mutuamente los valles limítrofes -de los diferentes o de los mismos- reinos o territorios. Hoy en día esta ceremonia ha cambiado su significado al de una celebración de confraternización entre las localidades vecinas francesas y españolas.
¿Desde cuándo los límites fronterizos entre los valles aragoneses y bearneses están claramente delimitados?
Durante muchos siglos, los límites geográficos estuvieron definidos por la autoridad que tenía la propiedad o la jurisdicción de cada una de las zonas. Esta autoridad podía ser el rey, el señor, el pueblo, el propietario o las entidades superiores que se habían ido formando a lo largo de la historia, como los: principados, ducados, marquesados, condados, baronías, señoríos y las
poblaciones respecto a sus propiedades comunales, … Así, hasta llegar progresivamente a los estados ya consolidados.
En los periodos iniciales, las separaciones o límites entre los territorios habían quedado marcados por las conquistas o por las decisiones de las autoridades del momento. Era el caso, por ejemplo, de las donaciones reales -permanentes o temporales-. En otras ocasiones, por la aceptación tradicional de los vecinos. Por tanto, es necesario olvidarnos de conceptos contemporáneos como el del catastro.
Los límites y los continuos conflictos
Alrededor de esos límites surgían conflictos por infracciones como ampliar los cultivos a la zona vecina. O la introducción de ganado en terrenos no autorizados. O la modificación de las marcas (mugas) que marcaban las separaciones…. Pequeños conflictos que en ocasiones se enquistaban durante mucho tiempo.
En la evolución hacia las monarquías de carácter estatal, estos pequeños conflictos entre valles limítrofes adquirían una mayor importancia, ya que existía el riesgo de que un conflicto local afectase al conjunto de las monarquías. Y que incluso podía llegar a adquirir un carácter internacional.
Para abordar este problema en el siglo XVII, Francia y España firmaron el Tratado de Paz de los Pirineos siendo sus respectivos soberanos Felipe V de España y Luis XIV de Francia. En el tratado se abordaba de una forma inicial el tema de las fronteras, pero señalando de forma muy genérica a «la cordillera pirenaica» como línea divisoria entre los dos reinos.
Los Tratados de Bayona
En el siglo XIX, cuando la mayoría de los estados europeos ya habían abordado la cuestión de los límites fronterizos, Francia y España nombraron una Comisión mixta para fijar los límites de las fronteras de los Pirineos.
Estaba formada por cuatro miembros dos de la parte francesa y otros dos de la española, y todos ellos experimentados diplomáticos y militares de sus países. La comisión tenía la responsabilidad de establecer de forma definitiva e irrecurrible los límites entre España y Francia y a vez resolver todas las disputas pendientes entre las poblaciones colindantes de ambos países. Una comisión dotada de autoridad total, quedando el texto solo pendiente de la ratificación por cada uno de los dos soberanos.
La Comisión dividió el trabajo en tres partes. Una primera correspondiente a Guipúzcoa y Navarra (tratado de 1856-57). Una segunda, para Huesca y Lérida (tratado de 1862-63). Y una última la provincia de Gerona (tratado de 1866-67).
Nuevamente el problema de Astún
En nuestro caso, los ministros plenipotenciarios españoles de la Comisión se dirigieron a los ayuntamientos de Ansó, Echo, Aragüés, Aísa, Canfranc, Jaca, Tena, Broto, Bielsa, Gistaín y Benasque pidiendo se le informara de la situación de los pastos, las escrituras de los últimos acuerdos con los pueblos franceses y toda la información que pudiese servir para la negociación con los plenipotenciarios franceses.
Cuando los plenipotenciarios españoles presentaron su informe a sus colegas franceses, estos les contestaron con otro en el que los pueblos del valle de Aspe reclamaban a Jaca el pago de los 100 florines de oro bienales de la Sentencia Arbitral de Canfranc, que Jaca había dejado de pagar desde el año 1762 (ver la última entrega de Pinceladas de nuestra historia).
Efectivamente, Jaca había pagado los 100 florines de oro bienalmente hasta el año 1762 (234 años), pero después -seguramente por sus problemas financieros- ya no había cumplido con su compromiso, a pesar que el Consejo de Castilla había reconocido la deuda de Jaca con el valle de Aspe y el Intendente de Aragón había ordenado a Jaca su pago. Una deuda que era ya superior a los 5.000 florines de oro, y cuyo pago era un gravísimo problema para Jaca.
Jaca y los ministros plenipotenciarios Francisco María Martín y Manuel Monteverde y Bethancourt
Es de justicia que en Jaca se conozcan los nombres de los ministros plenipotenciarios españoles del Tratado de Bayona Francisco María Martín y Manuel Monteverde y Bethancourt. Unos personajes que en la correspondencia mantenida con los diferentes municipios muestran una gran formación jurídica y diplomática, una enorme paciencia para que las poblaciones afectadas comprendieran la importancia de los documentos a presentar en una negociación internacional, que reconocen como rechazables a los documentos de parte -como el Privilegio de Fernando II- y que realizaron una excelente gestión diplomática.
A pesar de las reiteradas reclamaciones aspesas, los plenipotenciarios españoles consiguieron que la Comisión rechazase la pretensión del valle de Aspe, y diera ese asunto por zanjado definitivamente mediante la ratificación inapelable del Tratado de Bayona.
El reconocimiento de las mugas, desde 1863 en agosto
Por otro lado, el artículo 9º del Tratado de Bayona establecía lo siguiente:
«Las municipalidades de uno y otro lado de la frontera adoptarán… las medidas que estimen más convenientes para asegurar la conservación de los mojones y la reposición de los que hubiesen sido arrancados o destruidos. Así mismo, puestas cada año de acuerdo, cuidaran de que en el mes de agosto se haga en común el reconocimiento de las mugas que marquen la línea divisoria de sus términos, y redactarán conformes una información que dé a conocer a las indicadas Autoridades superiores el resultado de la vista (…)»
Y es desde la vigencia del tratado -1863- cuando en cumplimiento de este artículo del Tratado de Bayona cuando cada mes de agosto los diversos municipios colindantes realizan ese rito de la comprobación de las mugas, hoy en día más como una pequeña fiesta de confraternización.
El Tratado de Astún
En el caso de Jaca y de Urdós, Etsaut y Cette-Eygún, a esta ceremonia tradicional, en las últimas décadas, se le añadió la celebración de un Tratado del año 1528 entre el Vecinal del Aspe (Urdós, Etsaut y Cette-Eygún) y Jaca, sobre el uso compartido de diversos pastos de Astún y de su entorno aspés, y que siempre fue respetado. Pero conviene tratar de aclarar que esta fecha nada tiene que ver con la comprobación de la frontera del Tratado de Bayona.
Por Javier Lázaro
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